¡Amor y paz!
Habiendo sido bautizados;
habiéndosenos participado del mismo Espíritu que reposa sobre Jesús, en Él no
sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos en verdad. La prueba del
amor que Dios nos tiene es el perdón que nos da cuando, humillados y
arrepentidos, volvemos a Él con un corazón sincero. Entonces conocemos el amor
de Dios, que jamás se ha olvidado de nosotros, ni de que es nuestro Padre.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la undécima
semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 6,7-15.
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Comentario
El experimentar a Dios nos
debe llevar a amar y a perdonar a nuestro prójimo en la misma medida de amor y
perdón con que nosotros hemos sido amados y perdonados por el Señor. Por eso el
Padre nuestro no sólo es un resumen de lo que hemos de desear y amar, sino que
es un compromiso de totalidad en nuestro ser de hijos de Dios, y en nuestro ser
de hermanos de nuestro prójimo, con quien tenemos un Padre común, a quien
santificamos en la fidelidad a su voluntad. Junto con nuestro prójimo también
trabajamos por el Reino de Dios y le participamos de nuestro Pan de cada día,
le sabemos perdonar y juntos disfrutamos de la Victoria de Cristo sobre el
pecado y la muerte. Ojalá y no sólo recitemos, sino que vivamos, con gran amor,
el Padre nuestro.
Nuestro Dios y Padre nos reúne, en la Eucaristía, en torno a su Hijo, por quien y en quien hemos sido hechos hijos suyos. Dios quiere que, revestidos de su propio Hijo, vayamos con el fuego de su Espíritu Santo a dar testimonio de su amor a nuestros hermanos. Él nos da ejemplo de un amor siempre misericordioso hacia nosotros. Creer en Él nos lleva a aceptar el ser amados, perdonados, santificados y salvados por Él. Por eso no podemos considerar la Eucaristía sólo como un acto de culto a Dios, sino como la aceptación de la vida de Dios en nosotros, entrando, mediante ella, en una auténtica comunión de vida con el Señor para ser, en Él, hijos amados del Padre.
Nuestro Dios y Padre nos reúne, en la Eucaristía, en torno a su Hijo, por quien y en quien hemos sido hechos hijos suyos. Dios quiere que, revestidos de su propio Hijo, vayamos con el fuego de su Espíritu Santo a dar testimonio de su amor a nuestros hermanos. Él nos da ejemplo de un amor siempre misericordioso hacia nosotros. Creer en Él nos lleva a aceptar el ser amados, perdonados, santificados y salvados por Él. Por eso no podemos considerar la Eucaristía sólo como un acto de culto a Dios, sino como la aceptación de la vida de Dios en nosotros, entrando, mediante ella, en una auténtica comunión de vida con el Señor para ser, en Él, hijos amados del Padre.
No sólo hemos de
experimentar el amor que Dios nos tiene. No sólo hemos de alegrarnos por
pertenecer a su Reino. No sólo hemos de disfrutar el pan de cada día. No sólo
hemos de sentir la paz interior porque el Señor nos ha perdonado, y se ha
convertido en nuestro poderoso protector. Quienes tenemos a Dios por Padre,
hemos sido enviados como un signo claro y creíble de su amor y de su
misericordia para nuestros hermanos. Quien viva envuelto en el egoísmo, quien
haya centrado su corazón en lo pasajero, quien se olvide de amar y sólo siga
sus caprichos e inclinaciones, quien no sepa perdonar, quien sea ocasión de
escándalo para su prójimo, quien induzca a otros al pecado, por más que recite con
los labios la oración que el Señor nos enseñó, será un parlanchín, un
mentiroso, un hipócrita. Si queremos colaborar en la construcción del Reino de
Dios entre nosotros, si queremos una sociedad más sana, si queremos una Iglesia
apostólica y convertida en testigo fiel del Señor, vivamos a plenitud el Padre
nuestro.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo
llamarnos, sino ser en verdad y con las obras, hijos de Dios en Cristo Jesús.
Amén.
www.homiliacatolica.com
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