¡Amor y paz!
¡Qué amor tan grande
nos ha tenido el Señor! Cercano ya a entregar su vida por nosotros, deja de
pensar en sí mismo y piensa en el sufrimiento que padecerán los suyos por su
ausencia, y trata de darles consuelo, con palabras que despierten en ellos la
confianza. Ahora Él está físicamente con ellos. Ellos se han sentido amados,
comprendidos, apoyados en todo. Pero en los momentos en que todo se torna en
una noche oscura; cuando Dios parece quedarse callado ante el dolor y el
abandono, es necesario seguir creyendo que Dios ni se ha equivocado en sus
planes, ni ha dejado de amarnos, ni se ha alejado de nuestra vida.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 6ª. Semana de
Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 16,16-20.
Jesús dijo a sus discípulos: "Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver". Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: "¿Qué significa esto que nos dice: 'Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'?. ¿Y que significa: 'Yo me voy al Padre'?". Decían: "¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir". Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: "Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: 'Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'. Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."
Comentario
Una vez cumplida su Misión
como Enviado del Padre, Jesús volverá, no sólo como resucitado para poderlo ver
en algunos momentos de revelación especial, sino para habitar en nuestro propio
interior, identificándose con nosotros, de tal forma que el mundo lo siga
contemplando desde su Iglesia, la cual continúa en el mundo la Encarnación del
Verbo por obra del Espíritu Santo.
Alegrémonos por esta
presencia del Señor entre nosotros y vivamos con responsabilidad la parte que
nos corresponde, conforme a la gracia recibida, para manifestarlo a la
humanidad con todo su poder salvador.
El Señor permanece en su
Iglesia; y Él sigue hablándonos por medio de su Palabra, y continúa llevándonos
a la verdad plena por obra de su Espíritu Santo que habita en nosotros. Él
sigue engendrando a los hijos de Dios, continúa santificándolos, perdonándolos,
salvándolos por medio de las diversas
acciones litúrgicas de su Iglesia. De un modo especial Él se convierte en
nuestro alimento en la Eucaristía, Pan de vida eterna. Él nos une como hermanos
en el amor fraterno, en torno a nuestro único Dios y Padre. Cristo Jesús sigue
presente no sólo entre nosotros; Él no está cercano a nosotros; Él está dentro
de nosotros mismos haciéndonos uno con Él para que, junto con Él, podamos
participar algún día de los bienes eternos. Entrar en comunión de Vida con Él
en la Eucaristía es iniciar, ya desde ahora, el gozo de esos bienes eternos.
Vivamos, por tanto, conforme al Don recibido de Dios.
El Señor se ha hecho
cercano a todos. Nosotros somos los responsables de hacerlo cercano al mundo
entero, pues por nuestro medio Dios asegura, por voluntad suya, su presencia
salvadora entre nosotros. En medio de un mundo que ha sido deslumbrado por lo
pasajero, por el egoísmo, por las injusticias; ahí donde el mal ejemplo de
quienes estando en el poder, actuando de un modo equivocado, han generado una
mayor y cada vez más creciente corrupción; ahí donde se ha perdido la capacidad
de discernir entre el bien y el mal, quienes caminamos con humildad y lealtad
tras las huellas de Cristo, no podemos vivir como unos separados del mundo para
evitar contaminarnos de su mal y de su pecado.
A nosotros nos corresponde
acercarnos con la madurez que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en
nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien, para servir de luz, de
camino seguro, de orientación para aquellos que se han dejado dominar por el
pecado y por el egoísmo. Ojalá y el mundo contemple a Cristo desde la vida de
la Iglesia, llena de amor, de misericordia, de generosidad, de entrega, de
lucha por la paz y por la auténtica liberación de todos los males que aquejan a
buena parte de la humanidad. Si queremos construir un mundo más justo y más
fraterno, vayamos tras las huellas de Cristo, nuestra paz verdadera.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de
convertirnos en un signo del amor salvador del Señor para nuestros hermanos.
Amén.
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