¡Amor y paz!
-"Que os améis unos a otros como yo os he
amado". El amor que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de
simpatía. No se trata sólo ni precisamente de mirar a todo el mundo con una
sonrisa en la boca o prodigando buenas palabras a diestro y siniestro.
Tampoco se trata de la caridad, con minúscula y
caricaturesca, a que frecuentemente reducimos el mandamiento de Jesús. El
evangelio no da pie para que evaluemos el amor en donativos de caridad, en
limosnas, en desprendimiento de lo que nos sobra y vamos a tirar.
El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor.
Un amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal. Pero un amor también
efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce
sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de
justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo
que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha
amado. ¿Que cómo nos ha amado Jesús?
-"Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar,
no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores de
Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas
veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades vergonzantes.
Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a punto de hacer lo
que nos mandaba hacer.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio
y el comentario, en este miércoles en que celebramos la fiesta de San Matías,
Apóstol.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Juan 15,9-17.
Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.» Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
Comentario
-"Si guardáis mi mandamiento, permaneceréis en
mi amor". Somos cristianos, amamos a Cristo, si y sólo si amamos al
prójimo como Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Ahí podría estar, si la hay,
la diferencia entre el amor cristiano y todas las formas del altruismo, en ese
"como Dios nos ama". Esa medida, única capaz de acreditar nuestra fe,
ha sido frecuentemente rebajada por los seguidores de Jesús. La historia de la
Iglesia está salpicada de luces y sombras en este sentido. Pero hay luces
suficientes para que pueda ser tenida como maestra. Durante toda su larga
historia ha estado siempre pendiente de las necesidades y de los sufrimientos
de los hombres: los pobres, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los
abandonados, los moribundos, los perseguidos han sido acogidos en la iglesia.
El calendario de los santos es un inmenso listado de hermosas obras del amor
cristiano. Y ese listado aún no se ha cerrado.
Muchas de las miserias del hombre se van
resolviendo en la creciente acción social de los Estados. Pero ninguna política
social puede alcanzar todas las miserias de todos los hombres ni podrá dar
respuesta a todos los sufrimientos humanos. Por eso queda siempre un espacio
abierto al amor de los creyentes y a la solidaridad de todos.
-"Permaneced en mi amor". Permanecer en
el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al
prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús,
nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor
de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y
rechazados a causa de su enfermedad. "Si las comunidades cristianas
quieren ser fieles a la persona y al mensaje de Jesús, han de atender a los
enfermos más desasistidos y necesitados con la misma solicitud con que él lo
hizo... Jesús no pasó de largo ante los enfermos, el sector más desamparado y
despreciado en la sociedad de su tiempo. Se acercó a ellos, se conmovió ante su
situación, les dedicó una atención preferente, buscó el contacto humano con
ellos, por encima, de las normas que lo prohibían, y les libró de la soledad y
abandono en que se encontraban, reintegrándolos a la comunidad".
Así como Jesús amó a los hombres, a los enfermos y
necesitados, así es como debemos amar. Recordemos su mandamiento.
Practiquémoslo.
Eucaristía 1988 nº 23
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