martes, 18 de febrero de 2014

Jesús pide a sus discípulos cuidarse de los fariseos

¡Amor y paz!

Si el Señor repartió cinco panes y dos pescados entre cinco mil hombres y se recogieron doce canastos de sobras; y siete panes entre cuatro mil y se recogieron siete canastos de sobras ¿acaso no podía repartir un pan entre doce haciendo que, incluso sobrara bastante?

Si el Señor invita a sus discípulos a cuidarse de la levadura de los fariseos y de la de Herodes en el fondo les está pidiendo más lealtad a la fe que han depositado en Él.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la sexta semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 8,14-21. 
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes". Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce". "Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete". Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?". 

 Comentario

Ir en la barca con Jesús no es tanto un viaje de placer, es el compromiso de remar incansablemente para que todos lleguen a la otra orilla a encontrarse con nuestro Dios y Padre. Pero no podemos ir con una religiosidad de pacotilla; no podemos dar culto a Dios de un modo meramente externo, más para exhibirnos que para unirnos con el Señor; no podemos buscar a Jesús sólo por curiosidad, con tal inmadurez que por cualquier motivo nos faltara el carácter suficiente para defender la vida y los intereses de los demás. El Señor nos quiere firmes en la fe, comprometidos con la esperanza de un mundo cada día más justo y fraterno porque brille en él el rostro de Dios; pero también nos quiere como un signo claro de su amor que se hace entrega generosa, más aún: total, en favor de los demás. No permitamos que las cosas pasajeras emboten nuestra vida, de tal forma que nos dejen con la mirada puesta en la tierra y con el corazón vacío del amor, que debe guiar al hombre de fe tanto en sus obras como en sus palabras.

Dios sólo engendra el bien en nosotros. Su Palabra es sembrada en nosotros, como la mejor de las semillas, para que germine, crezca y produzca frutos abundantes de buenas obras. Dios jamás ha sembrado en nosotros una semilla de maldad ni de pecado. Todo beneficio, todo don perfecto y toda la abundancia de salvación llega a nosotros gracias al Misterio Pascual de Cristo, cuyo memorial celebramos en la Eucaristía.

Vivamos atentos, vigilantes, para que el pecado no anide en nosotros, pues el pecado tiene como consecuencia la muerte; y nosotros no estamos llamados a la muerte, sino a la vida, y Vida eterna. Esta Vida comienza a hacerse realidad en nosotros ya desde ahora, especialmente al participar de la Eucaristía. Ojalá y no tengamos los ojos cerrados, ni el corazón endurecido tanto para comprender como para aceptar el amor, el perdón y la salvación que Dios nos ofrece en Cristo Jesús.

Si en verdad la Palabra de Dios ha sido pronunciada eficazmente en nosotros, nosotros debemos transparentarla en nuestra vida desde unas obras llenas de bondad, de rectitud, de justicia y de amor fraterno. Quien se contenta con escuchar la Palabra de Dios, y después vive como si Dios no se hubiera dirigido a esa persona para llamarla a la conversión, con esa actitud está demostrando que, aun cuando dé culto a Dios vive como si no conociera al mismo Dios. Por eso debemos procurar que nuestras buenas obras sean un signo del amor de Dios en medio de nuestros hermanos. No dejemos que la levadura del pecado eche a perder nuestra vida.

Si queremos darle un nuevo rumbo a nuestra vida personal y a nuestra historia dejemos que el Espíritu Santo habite en nosotros, nos transforme y nos haga ser fermento de santidad en el mundo. Cuando lleguemos a serlo sabremos también escuchar la voz de Dios que nos reclama un poco más de amor, de generosidad, de justicia social por la voz de aquellos que se encuentran faltos de todo eso, y necesitan de una mano que se tienda hacia ellos. Entonces, no sólo con palabras, sino con la vida misma, estaremos colaborando para que desaparezca el mal de entre nosotros y vaya surgiendo, con toda su fuerza, el Reino de Dios entre nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no ser ocasión de pecado para nadie, sino más bien de ser portadores de Cristo y de su salvación para todos. Amén.

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