¡Amor y paz!
Ayer nos referíamos a una sociedad
de lo desechable, de la fidelidad que no perdura. Hoy, a aquella que todo lo
quiere rápido. La de los efectos inmediatos. Así, tomamos un analgésico que
tenga efectos instantáneos y adquirimos en el supermercado comidas de fácil
preparación y resultados veloces. Sin
embargo, las mejores cosas en la vida requieren de procesos más complejos, más
prolongados y de elaboraciones más
cuidadosas.
Tal pasa con la oración: a
veces quisiéramos una ‘plegaria express’, que tenga efectos inmediatos, pero
que, eso sí, exija bien poco de nosotros. El Evangelio nos trae hoy una provechosa
enseñanza en ese sentido.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este Domingo de la XXIX Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 18,1-8.
Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: "En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Comentario
Hace algunos meses recibí
este mensaje: “No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha
requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que
quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada,
jalándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas:
¡Crece, maldita seas!
Hay algo muy curioso que
sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes:
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante
los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la
semilla durante los primeros siete años, a tal punto que, un cultivador
inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin
embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta
de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la
verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los
primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un
complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a
tener después de siete años.
Sin embargo, en la vida
cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos
apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento
interno y que éste requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de
aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo
cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al
impaciente que solo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y
coherente y saben esperar el momento adecuado”.
”De igual manera, es
necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en
las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente
frustrante. En esos momentos, que todos tenemos, recordar el ciclo de
maduración del bambú japonés y aceptar que, en tanto no bajemos los brazos ni
abandonemos por no "ver" el resultado que esperamos, si está
sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando. Quienes no se
dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el
temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso
que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso
que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
Tiempo... Cómo nos
cuestan las esperas. Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en
el que vivimos... Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al
chofer del taxi... nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien
por qué... Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que
esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos generamos patologías que
provienen de la ansiedad, del estrés... ¿Para qué?”
La parábola de la viuda y
el juez, que nos trae hoy la liturgia de la Palabra es un bello ejemplo de
esto, aplicado a la vida de oración del cristiano (...) La
propuesta del Señor es que tratemos de recuperar la perseverancia, la espera,
la aceptación. Estamos llamados a gobernar aquella toxina llamada impaciencia;
la misma que nos envenena el alma con sus prisas y afanes de cada día. Si no
conseguimos lo que anhelamos, no deberíamos desesperarnos... quizá sólo estemos
echando raíces...
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá
No hay comentarios:
Publicar un comentario