¡Amor y paz!
El texto del Evangelio hoy
se va repitiendo en unos y otros evangelistas con mensaje idéntico:
superioridad de Cristo sobre la Ley, y superioridad del hombre sobre el sábado.
Superioridad que no permite hacer caprichos funestos sino poner la ley del
Espíritu como norma de vida, verdad y amor.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXII Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 6,1-5.
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían. Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?". Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?". Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".
Comentario
Colocándonos
espiritualmente a los pies de María, y con el Evangelio abierto ante nuestros
ojos, meditemos unos instantes sobre lo que somos y sobre la misión que nos
compete cumplir:
Somos hijos de Dios, no
extraños; y, por tanto, hemos de actuar como tales. Somos miembros del Cuerpo
de Cristo, unidos a Él por la fe, amor, esperanza. Estamos llamados a vivir en
comunión de fe, amor, esperanza, vida, solidaridad. Nuestra misión es
contribuir con vida, signos y palabras, a que el Reino de Dios sea una realidad
envolvente de todos los redimidos, tratando de que todos ganemos la tierra y el
cielo unidos.
Siendo ésa la condición y
dignidad que se nos otorga, y siendo también ése el compromiso de colaborar
mutuamente a la salvación de todos, repitamos ahora, para meditarlas, las
palabras de Peguy:
Tenemos que salvarnos juntos.Todos hemos de llegar juntos a la casa del Padre.
¿Qué nos diría el Padre si nos viera llegar a unos sin los otros?
Juntos hemos sido salvados
por Cristo Redentor; sobre todos recayó su sangre; nadie ha sido excluido;
todos estamos llamados a la santidad y salvación.
¿Tenemos conciencia del
sentido comunitario de nuestra salvación? ¿Valoramos el bellísimo tejido de las
obras de amor, esperanza, justicia, por las que todos vamos caminando
ayudándonos en el viaje hacia la Verdad, hacia el Padre?
Si el Padre sabe de todos
y de cada uno de nosotros; si sabe que unos y otros hemos salido del hogar
dispuestos a negociar con los dones recibidos, no comprenderá que en las
adversidades, momentos de depresión u horas de confusión no nos miremos,
vigilemos y cuidemos mutuamente, para darnos la mano en las pruebas.
Dominicos
2003
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