¡Amor y paz!
¡Cómo
nos gusta juzgar! ¡Medio mundo habla del otro medio! Eso no es nada: si
ya nos fijamos una idea o prejuicio acerca de tal o cual persona no la cambiamos sino que
esa idea se la comunicamos a cuanta persona conocemos. Entonces, hacemos mucho
daño porque no le reconocemos a ese alguien la posibilidad de transformarse. El
mundo da muchas vueltas, pero no ha dado la última.
Muy
distinto es Dios quien, con su infinito amor, nos hace libres, y por eso tanto
podemos caer, pecar, como arrepentirnos y cambiar. Sólo él conoce el corazón del hombre. Y siempre está dispuesto
a perdonarnos, a acogernos.
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este XI Domingo del Tiempo
Ordinario.
Dos los bendiga…
Evangelio según San Lucas 7,36-50.8,
1-3.
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer. En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale.» Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?» Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien.» Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: « ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.» Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados». Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: « ¿Así que ahora pretende perdonar pecados?» Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.
Comentario
Tenemos una gran facilidad
para juzgar a las personas. Tanto si hace poco que las conocemos, como si hace
mucho, tendemos a hacernos una "ficha" de las personas y a juzgarlas
por siempre jamás según el criterio que de ellas nos hemos formado. Y nuestra
clasificación la enseñamos a tercera persona como si del criterio definitivo se
tratara. "No le hagas caso -decimos- esta persona es de derecha toda la
vida"; "de la familia de Fulano uno no puede fiarse, de nadie,
siempre han sido unos mentirosos", etc. Vivimos a base de eslóganes y de
los mitos que creamos. De tal manera que, cuando encontramos a la persona
juzgada, esperamos que actúe como nosotros la imaginamos, no según lo que ella
es.
-Tenemos el vicio de
juzgar
No hace falta decir que se
trata de un vicio antiguo, que podemos encontrar incluso en el evangelio que
hemos leído: Simón piensa en su corazón: "Si Jesús fuera profeta, sabría
qué clase de mujer lo está tocando y se la sacaría de encima". Se había
hecho otra idea de Jesús y por eso le molesta que éste actúe tal como es: un
hombre perdonador.
-Para Jesús siempre es
posible la conversión
Jesús cuando actúa lo hace
siempre según los criterios de Dios, su Padre. Y sabe muy bien que para Dios no
existen clasificaciones previas ni definitivas. La creación que puso en marcha
hace millones de años, aún hoy continúa evolucionando, siguiendo su camino. Y
el hombre -que participa activamente en esta creación- no ha llegado tampoco al
final, su camino sigue abierto.
Jesús, que conoce a fondo
la libertad del hombre y sabe que el camino está abierto, está convencido de
aquella mujer que ha entrado en casa de Simón es capaz de avanzar, de ser más
persona, de amar con un amor más grande. Sabe, en definitiva, que si es posible
el pecado, también es posible la conversión.
-Estamos llamados a
caminar hacia Dios
Dios nos llama a seguir el
camino hasta el fin: hasta ser totalmente "lo que puedo ser" como
persona. Él nos ha creado a su imagen y semejanza, de modo que cuando nos
hacemos más personas, nos acercamos más al propio Dios. Y Él confía plenamente
en nosotros, hasta correr el riesgo de que con nuestra libertad echemos a
perder su proyecto. Por eso Jesús le pide a aquella mujer que los muchos valores
que tiene (las atenciones, los besos, los perfumes...) en vez de ponerlos al
servicio del pecado, los ponga al servicio del amor; que en lugar de centrar la
vida en sí misma y en su placer de modo egoísta, la ponga al servicio de los
demás.
Es todo lo contrario de lo
que había hecho Simón, el fariseo, el cual había invitado a Jesús sin ganas de
establecer con Él una comunicación sincera porque en realidad, le había
impuesto condiciones: que actuase según la ficha que se había hecho de Jesús y
de aquella mujer, dividiendo al mundo entre buenos y malos.
Cuando celebremos hoy la Eucaristía, oremos a Dios -que no hace
distinciones entre las personas- que nos ayude a vivir según el estilo de
Jesucristo, a dar respuesta a sus llamadas, a avanzar cada día más, convencidos
de que los demás también avanzan, que siempre queda abierta la posibilidad de
la conversión.
De este modo haremos que
sea verdad que Dios es el único juez, y que nosotros, según hemos aprendido de
Jesucristo, seamos hombres que ofrecemos a todos la misericordia y el perdón.
JAUME
GRANE._MI-DO/77/12
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