Amor y paz!
En el sermón de la montaña
sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta
vez, en cuanto al amor a los enemigos.
La primera consigna,
«amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu
enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la
interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta
interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a
los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto (José Aldazabal).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XI Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y no harás amistad con tu enemigo.» Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene? También los cobradores de impuestos lo hacen. Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de especial? También los paganos se comportan así. Por su parte, sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo.
Comentario
Hay en la comunidad
una hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales, sus
palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una
santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.
Entonces,
para no ceder a la antipatía natural que experimentaba, me dije a mí misma que
la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras, y me
dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien
más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas
sus virtudes y sus méritos.
Sabía
muy bien que esto le gustaba a Jesús, pues no hay artista a quien no le guste
recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el Artista de las almas, tiene que
gustarle enormemente que no nos detengamos en lo exterior, sino que penetremos
en el santuario íntimo que él se ha escogido por morada y admiremos su belleza.
No
me conformaba con rezar mucho por esa hermana que era para mí motivo de tanta
lucha. Trataba de prestarle todos los servicios que podía; y cuando sentía la
tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más
encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de conversación.
Con
frecuencia también… como tenía que mantener relaciones con esta hermana a causa
del oficio, cuando mis combates interiores eran demasiado fuertes, huía como un
desertor.
Como ella ignoraba por
completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi
conducta, y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.
Un día, en la recreación,
me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras: “¿Querría decirme,
hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mi? Siempre que
me mira, la veo sonreír”. ¡Ay!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo
de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo...
Santa
Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Manuscrito autobiográfico C 13 v°-14 r°
Manuscrito autobiográfico C 13 v°-14 r°
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