miércoles, 15 de mayo de 2013

Jesús pide al Padre que guarde a sus discípulos

¡Amor y paz!

Hoy en día se ha impuesto un estilo muy frío de relaciones interpersonales, incluso en los establecimientos comerciales, donde debiera haber un buen trato hacia los clientes. Al ‘Qué hubo’ del saludo entre ‘amigos’ se sucede el ‘cuénteme’ de la manera como un vendedor aborda a un posible comprador. Ni qué decir de la despedida en la que unos y otros coinciden: ‘¡Cuídese!’

Muy distinta es la relación de Jesús con sus discípulos y con todas las personas con las que él trata. Esto se demuestra sobre todo en la llamada ‘oración sacerdotal’, que es un testamento de amor y de cuidado para con sus discípulos. "Guardar"... Es el tercer verbo de la plegaria de Jesús repetido tres veces. ‘Que Dios te guarde’ podría ser el sustituto del ‘¡Cuídese!’, que lo hace a uno sentir indefenso y como abandonado a su suerte.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la VII Semana de Pascua.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 17,11b-19.
Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelvo a ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu Nombre, pues tú me los habías encomendado, y ninguno de ellos se perdió, excepto el que llevaba en sí la perdición, pues en esto había de cumplirse la Escritura. Pero ahora que voy a ti, y estando todavía en el mundo digo estas cosas para que tengan en ellos la plenitud de mi alegría. Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo también los envío al mundo; por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad.
Comentario

Las peticiones entrañables de Jesucristo en su despedida nos hacen recordar al verbo “cuidar” del que hemos meditado en otras ocasiones.

Cuidar es reconocer que la vida es precaria y que hay que obrar en consecuencia. Es un acto de sensatez y de amor por el que admitimos con serenidad que somos frágiles, y que todo lo bueno que hay en nosotros también es frágil: ¿no lo es acaso la paz? ¿No lo son la sabiduría, la pureza, la justicia, la humildad? ¡Casi nos parece que ese es el sello del bien: ser débil!

Y en efecto, si somos pobres en el bien no es porque nos hayan faltado bienes, sino porque los hemos perdido. Aprender a cuidar es entonces un acto de gratitud a Dios y a quienes nos hacen el bien. Es también una actitud de misericordia; es como la raíz del amor. Y de hecho, ¡cuánto amamos a quienes nos han cuidado!

Cuidar supone conocer y valorar lo que somos y tenemos, y entender que el torrente del bien no puede detenerse en nosotros. No es, pues, una justificación para el egoísmo, porque cuidar no es simplemente conservar. Más bien: cuidar es lograr que cada uno y cada cosa alcance su meta; que sea lo que puede ser, lo que está llamado a ser. Es obstinarse en dar la oportunidad al que tal vez la necesita y no la ha tenido.

¿Qué hemos de cuidar? Todo. El mundo, casa del hombre. Y al hombre, a cada hombre. Hay que cuidar el cuerpo y su salud; el alma y su virtud; la familia y su unidad; la sociedad y su justicia. Hemos de cuidar de cada uno, sabiendo que no lo volveremos a tener en esta tierra; y apreciar en su medida el tiempo que tenemos, los recursos que se nos han dado, las ocasiones que ya no vuelven, la hermosura del instante, la gracia del día presente.

Dios nos conceda participar de su providencia amorosa, sublime cuidado de su amor de Padre.

Fray Nelson

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