lunes, 20 de mayo de 2013

Dios mío: creo, pero aumenta mi fe

¡Amor y paz!

Luego de la Pascua, volvemos al llamado tiempo ordinario, con la lectura continua del Evangelio de Marcos. Esta vez la escena es patética: un caso de aparente epilepsia, que es atribuido por la mentalidad de aquella época a la acción del demonio.

Hay quienes piensan precisamente que el pasaje de hoy es una muestra meridiana de la confusión mítica en que vivía la gente de ese tiempo, y al parecer Jesús mismo. Según estos, deberíamos aprender del texto de hoy que el demonio es el nombre que aquellos hombres daban a las enfermedades de causa desconocida.

Lo malo de este planteamiento es que presupone que el mal del muchacho tenía una sola causa. Nada impide que la acción del demonio concurra con otros malestares, sean ellos físicos, neurológicos o síquicos. Y ese parece ser el caso aquí. Curiosa esta "epilepsia" que "muchas veces" arroja al enfermo hacia el fuego o hacia el agua. ¿Ha oído usted de cosa semejante? Interesante esta "epilepsia" que se dispara en cuanto el muchacho "ve a Jesús" (Fray Nelson, 2005).

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la VII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 9,14-29. 
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. Él les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron". "Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". "¡Sí puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". Él les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración". 
Comentario

 La virtud que el Señor recompensa, la virtud que él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe la que recibe su aprobación y su alabanza... ¿Por qué?... Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la caridad le pasa delante), por lo memos la más importante, porque es el fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa...

    Tener fe, verdadera fe que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada, como un juego de niños; la fe que da tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que hace verlo todo bajo otra luz distinta ---a los hombres igual que a Dios---: ¡Dios mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que crea, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.  

Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara
Meditaciones sobre los Evangelios
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