¡Amor y paz!
La misión de los
discípulos se deriva del suceso de Pascua (cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20; Lc
24,44-49); pero Juan lo encuadra en el conjunto de la misión de Jesús (17,
17-19). Además no subraya el carácter universal de la misión; tal vez porque
esta meta ya ha sido conseguida a la hora en que se escribe el evangelio de
Juan (cf. 4, 35-38).
Los apóstoles y todos los
discípulos son portadores de la misión de Jesús. La Iglesia, si cree de verdad
en la resurrección, tiene que acercarse a los extremos de la miseria humana;
allí está su campo de misión, su labor de hacer ver que el mensaje pascual es
coherente y válido (Eucaristía 1977, 20).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Segundo Domingo de Pascua
o de la Divina Misericordia.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 20,19-31.
Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.» Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.» Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.» Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!» Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Crean, y tendrán vida por su Nombre.
Comentario
Monseñor Francisco Múnera, obispo de San Vicente del
Caguán contó alguna vez que durante los años en que el gobierno colombiano
despejó una inmensa zona del país para favorecer el diálogo con la guerrilla,
vivió una de las grandes enseñanzas de su vida. Iba saliendo de San Vicente del
Caguán, cuando lo detuvo un grupo de guerrilleros para hacer una requisa del
vehículo e identificar a los que viajaban con él. Mientras lo interrogaban, uno
de los guerrilleros se le acercó y le preguntó: « ¿Sabe usted, padre, qué
es lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas?» Monseñor Múnera
no supo responder. Quedó con la pregunta clavada en su alma durante todo el
tiempo que duró el retén guerrillero. Ya a punto de reemprender el camino, el
guerrillero se le acercó al obispo y le dijo al oído: «Lo único que hay en
el cielo hecho por manos humanas son las heridas de Nuestro Señor Jesucristo.
Eso debería saberlo usted que ha estudiado tanto, padrecito».
Las heridas de Nuestro Señor Jesucristo, lo único
que hay en el cielo hecho por manos humanas, según este joven guerrillero, fue
lo que Tomás exigió ver antes de doblegar su terquedad ante la evidencia de la
experiencia de la resurrección de sus hermanos. “Si no veo en sus manos las
heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado,
no lo podré creer”. Eso parece que tenían en mente los realizadores de la
película sobre la Pasión de Jesucristo. Aun cuando se ha
señalado que ha sido hecha ajustándose a los evangelios mismos, encuentro que la
mirada que se dé a una realidad, determina lo que se quiere acentuar en una
experiencia. Es decir, considero que la mirada de los realizadores de esta
película, que guían y determinan nuestra propia mirada sobre la vida y la
Pasión del Señor, enfoca elementos que modifican los relatos que conocemos por
los cuatro evangelios.
La pregunta que cabe hacer a la película en mención
es si la atención a las heridas, a la flagelación –recogida con tanto detalle–,
a los infinitos golpes que recibe el Señor, siendo reales e incuestionables, no
son objeto de una exagerada atención. En cambio, el resto de la vida de Jesús,
que aparece sólo en cortos recuerdos a lo largo del Camino de la Cruz, queda
desdibujada y perdida en los recuerdos difuminados de un condenado a muerte. No
parece suficiente el contraste entre lo uno y lo otro. Los evangelistas no se
quedan en la Pasión del Señor... No se quedan en las heridas del
Señor... Los evangelios contextualizan y enmarcan la Pasión en una historia de
vida que no puede ser olvidada ni puesta en un segundo plano.
Cuando San Ignacio de
Loyola habla de la resurrección, en sus Ejercicios Espirituales, dice que en
ella “la divinidad aparece y se muestra ahora tan milagrosamente en la
santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella”. Es
decir, que la resurrección, es perceptible por sus efectos en la vida de las
personas. La pregunta que nos puede ayudar a vivir esta Pascua resucitada este
año es si nuestras vidas muestran sólo las heridas del Señor, o son también
manifestación de su resurrección gloriosa a través de los efectos que produce.
La vida de Jesús no fue sólo herida, también fue una interminable lista de
obras de misericordia que fue repartiendo entre todos los que se cruzaban en su
camino. La vida entera de Jesús hace parte de lo que Dios quiso decirnos en la
persona de su amado Hijo. Eso también hace parte de lo que está en el cielo,
hecho por manos humanas.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano
académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana –
Bogotá
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