¡Amor y paz!
Parece que la lacra más
extendida de nuestro comportamiento religioso no es el ateísmo, sino la
incoherente indiferencia religiosa. No es el rechazo de Dios, que invocaban los
maestros de la sospecha (*), lo que más ha hecho mella, es algo peor y más
corrosivo. La indiferencia religiosa no niega a Dios, e incluso en ocasiones
acude a él, pero vive como si no existiera.
Los indiferentes ni se
atreven ni quieren prescindir de Dios -es posible que "por si
acaso"-, pero tampoco le dejan manifestarse en sus vidas. Dios es en sus
corazones el gran censurado, pues no se le da la oportunidad de decir su
Palabra ni de mostrar su misericordia; es también el gran suplantado, porque el
deseo religioso que llevan dentro no desemboca en él, sino en aspiraciones
adulteradas; y, por la mala costumbre de ignorarlo, se convierte en un gran
manipulado, hecho a imagen y semejanza de los antojos caprichosos del hombre
"satisfecho" de nuestro tiempo.
Vivir en la indiferencia
religiosa es vivir en la mentira permanente, vivir una doble vida y un
sentimiento dual que nos divide y, a la postre, nos destruye. Sólo le da
consistencia y unidad a nuestra vida la coherencia.
La unidad entre fe y vida
construye identidades personales sólidas, con futuro, y le da arraigo a los
valores necesarios para la convivencia humana, la indiferencia, por el
contrario, los desvirtúa (Amadeo Rodríguez).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 13,24-32.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
Comentario
-Absoluto y relativo
La cuestión de la
diferencia entre lo absoluto y lo relativo es tema frecuente de
conversación y de discusión. Solemos tener ideas claras a la hora de definir
los conceptos abstractos de absoluto y relativo; pero las cosas ya no son
tan diáfanas cuando queremos decidir qué cosas son absolutas y qué cosas
son relativas. Para el cristiano no hay más valor absoluto que Dios. De una
manera muy original lo afirmaba Jesús en el pasaje evangélico que hoy
hemos leído: "cielo y tierra pasarán, pero no mis palabras".
-Cielo y tierra pasarán
Cielo y tierra pasarán. En
dos palabras se resumen y sintetizan todas las realidades que el hombre
puede imaginar (no olvidar que a Dios no nos lo podemos imaginar, pues "a
Dios nadie lo ha visto jamás" -Jn 1, 18-); y se emite sobre ellas un
juicio tajante y radical: todo eso pasará.
Una preocupante afirmación
para ser meditada por los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pocos se
escapan de haber caído en la tentación de poner su corazón y sus
esperanzas en alguna o algunas de esas cosas que "pasarán": ya no
sólo hablamos del poder y la riqueza: esos cientos de horas y esas
cantidades ingentes de energías dedicadas a nadar cien metros en diez
centésimas de segundo menos, o a conseguir un primer puesto en las listas
de discos.
-Unas palabras de Pablo
Ciertamente que el deporte
es muy loable, como lo es el batir un récord, o la música, el cine, la
televisión... Lo que no resulta nada loable es hacer de todo eso cuestiones
vitales, valores absolutos. Es una degeneración del ser humano, en el
sentido más estricto de la palabra. No olvidemos las palabras de san
Pablo, que no sólo hacen referencia al amor sino también a los valores
realmente importantes en la vida del hombre: "Ya puedo hablar las
lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser
una campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar
inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la
fe, hasta mover montañas que, si no tengo amor, no soy nada. Ya puedo dar
en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no
tengo amor, de nada me sirve" (/1Co/13/01-03).
Imposible mayor claridad: para Pablo son relativas cuestiones tan importantes
como el hablar inspirado, tener toda la sabiduría del mundo, tener
capacidad para mover montañas, repartir entre los pobres todas las
posesiones o incluso llegar al heroísmo de dejarse quemar vivo; y, como
son relativas, si falta el amor, falta lo verdaderamente importante, todo
lo anterior no sirve para nada.
Esto sí que es tener
claridad a la hora de distinguir lo absoluto de lo relativo, lo principal
de lo secundario, lo importante de lo que no lo es tanto. Y queda claro que no
se trata de menospreciar lo secundario: se trata de valorarlo como se
merece, de ponerlo en su sitio, sin equivocar las cosas dando valor
absoluto a lo que no lo tiene.
-Traspaso de valores
Quizá el problema radica
en que, perdido el valor fundamental, perdido el sentido y la experiencia
de Dios, el hombre busca otros valores en su vida a los que dar ese
carácter absoluto, pues necesita apostar toda su existencia a "una
carta" que le dé sentido, que llene su vida, que ayude a soportar
los muchos momentos de dolor, sin sentido, fracaso y muerte que nos toca
vivir a diario.
Pero hay que hacer comprender
a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que ese récord, esa superventa,
ese ídolo, ese hobbie, etc., pueden llenar muchos ratos de la vida de una
persona, pueden ayudar a pasar muchos momentos, pueden ser una actividad
positiva en la vida que, incluso, pueden llegar a reportar importantes avances
para la existencia de la humanidad; pero que no dan respuesta a los
últimos interrogantes, a las últimas preguntas, a los porqués más
profundos, al último sentido de la vida del hombre; tenemos que hacer
comprender a los hombres y mujeres de nuestro tiempo lo mismo que
comprendió Pedro cuando hizo aquella afirmación: "Señor, y ¿a quién vamos
a acudir? En tus palabras hay vida eterna" (/Jn/06/68). Al parecer
hoy día el hombre ha encontrado muchos sitios a los que acudir, aunque a
cambio no le ofrezcan más que una gloria efímera o dinero.
-Momentos de lucidez
Es curioso observar cómo
cuando ocurre un fallecimiento, familiares, amigos y conocidos del
difunto o difunta se deshacen en reflexiones sobre la brevedad de la vida y
cómo nos desvivimos por cosas que, a la larga, no van a ninguna parte; y
se hacen firmes propósitos de tomarse la vida de otra forma, de valorar
las cosas importantes y dejar en un segundo plano todo lo demás. Claro
que, reflexiones y propósitos que en un momento llegan, en un momento se
van; y pronto vuelve todo a ser como antes: la ambición, el dinero, el
capricho... Y a olvidar -si es que alguna vez se fue consciente de ello-, que
todo esto ha de pasar, todo menos la palabra de vida de Jesús, todo menos
el amor, la entrega, el servicio al prójimo.
-Hay que decidirse
Así están las cosas: Jesús
con su afirmación clara, tajante y sin paliativos; nosotros, ante sus
palabras, buscándonos excusas y justificaciones para poner nuestro corazón en
esas cosas que pasarán, como pasarán el cielo y la tierra. A cambio,
ciertamente, encontramos compensaciones momentáneas, satisfacciones
pasajeras que de momento nos van ayudando "a ir tirando", como
solemos decir -o, al menos, creemos que nos ayudan a seguir viviendo-; pero en esos momentos de lucidez que antes mencionábamos, cuando somos capaces de correr, aunque sea tímidamente, el velo con el que nosotros mismos
hemos tapado nuestros ojos, seguiremos dándonos cuenta, de verdad, de lo
que vale y de lo que no vale, de lo que merece la pena y lo que no.
¿Cuándo seremos lo suficientemente valientes como para reconocer y
aceptar lo que en esos momentos descubrimos? ¿Cuándo nos dispondremos a
vivir de acuerdo con esa lucidez que Dios mismo nos da para que sepamos
distinguir entre las cosas que pasarán y las que permanecerán? Aunque
volvamos la espalda a la realidad, aunque cerremos los oídos a las
palabras de Jesús, no podemos olvidar que sus palabras no pasarán. ¿Seguiremos
dando la espalda a la verdad?
L.
GRACIETA
DABAR 1988, 57
DABAR 1988, 57
(*) Paul Ricoeur en 1970 catalogó a Freud, Nietzsche y Marx como los “Maestros de la Sospecha”. El criterio que utilizó Ricoeur para unificar a estos pensadores fue el tratamiento que recibió la conciencia en sus obras como punto de partida: El materialismo económico –Marx–, la voluntad de poder y el superhombre –Nietzsche– o el inconsciente dinámico, expresado en el deseo sexual, la frustración y la agresividad –Freud–.(www.filosofía.mx).
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