¡Amor y paz!
Jesús acaba de
realizar el milagro de la multiplicación de los panes y comienza el discurso
sobre el pan de vida. A partir del hambre vulgar de la gente que acude a
escuchar a Jesús, y a partir del pan que ha multiplicado, vamos a progresar
hacia otra hambre y otro Pan. Jesús pregunta: "¿Para qué alimento trabajas?".
Dejémonos interrogar profundamente; nuestras hambres revelan lo que somos.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar las lecturas de la Eucaristía y el comentario, correspondientes a este XVIII Domingo
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Libro del Exodo 16,2-4.12-15.
En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. "Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea". Entonces el Señor dijo a Moisés: "Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley. "Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: "A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que yo, el Señor, soy su Dios". Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él. Cuando esta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra. Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: "¿Qué es esto?". Porque no sabían lo que era. Entonces Moisés les explicó: "Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento.Carta de San Pablo a los Efesios 4,17.20-24.
Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús. De él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.
Evangelio según San Juan 6,24-35.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado". Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Comentario
La multiplicación de los
panes y peces, que considerábamos el domingo pasado, supuso un notable éxito
popular para Jesús. Pero no era ése el éxito que Jesús deseaba. La multitud de
seguidores comió, se sació y con ello se dio por satisfecha. Todo lo que deseaban
era satisfacer el hambre. Por eso todos estaban de acuerdo a la hora de
proclamar rey a Jesús.
Con un rey así, pensaron,
tenían cubiertas, de una vez por todas, todas sus necesidades. Pero Jesús
soslayó la tentación populista y declinó el compromiso. Su misión no era dar de
comer a los hambrientos, sino despertar el hambre de los satisfechos. Para eso
había venido al mundo, para descubrir a los hombres que la vocación humana es
la libertad y la solidaridad.
Nos cuenta la primera lectura
una situación semejante de hace tres mil años. El pueblo de Israel, liberado de
la esclavitud de Egipto, emprende animosamente el éxodo, la aventura de la
libertad. Pero el ejercicio de la libertad es comprometido y no todos los que
se declaran partidarios de la libertad asumen con igual empeño su
responsabilidad. De ahí que, al cabo de unas jornadas, acuciados por el hambre
en el desierto, añoran los ajos y las cebollas de Egipto y menosprecian la
libertad. El desierto es el lugar de la prueba, es la intimidad del hombre y la
soledad imponente de la decisión. El desierto es la imagen de esta vida y de
todo cuanto los hombres hemos ido añadiendo a la vida hasta convertir el mundo
en un lugar inhóspito y la vida en un modo de convivencia inhumano.
El maná fue la señal del
cielo para el pueblo de Israel. La mañana en que vieron la tierra cubierta del
fruto del tamarisco, entendieron que el Señor estaba con ellos. Comieron y se
saciaron y quedaron reconfortados para continuar la aventura. Y esto les
ocurriría muchas veces durante el éxodo, hasta que llegaron a la tierra
prometida. Unas veces les faltaba el pan y encontraban el maná, otras añoraban
la carne y podían cazar codornices, llegó a faltarles el agua y la encontraron
en la que brotaba de una peña. A medida que iban dando respuesta a sus
necesidades inmediatas, iban también encontrando la respuesta y la providencia
de Dios. Hoy la técnica es el maná de nuestro tiempo. En las maravillas de la
tecnología vamos descubriendo el modo de resolver la satisfacción de nuestras
necesidades. Porque necesitamos comer para vivir.
Pero corremos el riesgo de
vivir para comer, o, lo que es lo mismo, vivir para consumir. Los productos del
trabajo del hombre y de la técnica, que adquirimos en los establecimientos de
venta, apenas nos dicen nada más que el precio que hemos de pagar, o el pequeño
placer que nos va a proporcionar. No es un maná que viene del cielo. Nosotros
sabemos o creemos saber de dónde viene, cómo se produce y cuánto cuesta.
Creemos saberlo todo. Y en
consecuencia, nos atribuimos todo el mérito. Como ocurrió mil años más tarde
del éxodo, los judíos contemporáneos de Jesús ya habían perdido de vista la
perspectiva del maná, don de Dios, para echar en cara a Jesús que fue Moisés
quien les diera pan del cielo. Y Jesús tuvo que puntualizar: no fue Moisés
quien hizo bajar pan del cielo, sino el Padre. Perder de vista la providencia
de Dios y su obra creadora y atribuirnos todo el mérito de lo que sólo es
manipulación de la naturaleza creada por Dios y puesta a disposición de todos
los hombre, es convertir el pan del cielo en mero pan, que sólo satisface el
hambre y que ni siquiera satisface el hambre de todos. Porque cuando nos
apropiamos el pan y todas las cosas, lo despojamos de su sentido religioso y
universal y no lo compartimos, y así lo desnaturalizamos.
El pan del cielo es el pan
de vida, el que no sólo sirve para sustentar la vida, sino que le da sentido.
Por eso Jesús nos dice hoy que trabajemos no por el pan que perece, sino por el
que perdura. Es perecedero el pan que sólo sirve para consumir y nos hace
consumidores. Perdura el pan que se reparte y comparte y que nos hace hermanos.
Todos los bienes del mundo, todos los productos del trabajo y de la técnica
tienen, además de su utilidad inmediata, un sentido y una dimensión
trascendental. Porque pueden servirnos para especular y explotar, y así sembrar
discordia y enfrentamiento entre los hombres; o pueden servirnos para
distribuir y compartir, y así colmar de gozo y de sentido humano la
convivencia.
Porque sólo hay dos modos
de vivir y entender la vida: o acaparar o repartir, o compartir o competir.
Como dice Pablo, y nos
insta hoy a nosotros, si somos cristianos, no podemos movernos en la vaciedad
de los criterios como los gentiles. El camino del egoísmo, de la ambición,
lleva ineludiblemente a la desigualdad, al abismo entre pobres y ricos, la explotación,
la injusticia y la destrucción. Los cristianos tenemos que dejarnos renovar por
el Espíritu de Jesús y cambiar de criterio de acuerdo con nuestra nueva
condición de hijos de Dios, hermanos de todos.
Cada vez que nos reunimos
a celebrar la Eucaristía, a partir el pan, como decían los primeros cristianos,
lo hacemos para llenarnos del espíritu de Jesús y recuperar su punto de vista y
así descubrir el sentido del pan y de todas las cosas, que es su dimensión
humana universal. En la Eucaristía celebramos ya, como un anticipo, esa gran
fraternidad de todos los hombres hijos de Dios. Pero no podemos dar por
supuesto lo que aún esperamos. Y así, la Eucaristía es el maná que alimenta
nuestra fe y nuestra esperanza en la gran marcha de la caridad hasta dar la
vuelta al mundo y construir sobre él una sociedad de iguales y de hermanos.
EUCARISTÍA
1988, 37
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