¡Amor
y paz!
«
Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1
Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan
con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de
Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino ».
Así
comienza la Encíclica “Deus Caritas est”,
del Papa Benedicto XVI, al desarrollar este fundamento de nuestra fe que cobra
vigencia hoy cuando celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Porque para
tratar de entender el gran misterio trinitario, mucho ayuda la concreción que
hizo San Agustín: “Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el
Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a
los dos, el Espíritu de Amor.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, éste a cargo de San Agustín. (Quienes quieran ampliar sus conocimientos sobre el misterio de la Santísima Trinidad, encontrarán otros textos en la parte inferior de este blog).
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Mateo 28,16-20.
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
Comentario
Señor
y Dios mío, en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: Id,
bautizad a todos los pueblos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo (Mt 28,19), si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos
ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si
tú, Señor, no fueras al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría
la Palabra divina: Escucha, Israel: el Señor tu Dios es un Dios único (Dt
6,4). Y si tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra
Jesucristo, y el Espíritu fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras
canónicas: Envió Dios a su Hijo (Gál 4,4; Jn 3,17); ni tú, ¡oh
Unigénito!, dirías del Espíritu Santo: Que el Padre enviará en mi
nombre (Jn 14,26), y que yo os enviaré de parte del Padre (Jn
15,26).
Fijé
mi atención en esta regla de fe; te he buscado según mis fuerzas y en la medida
en que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi
fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu
rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te
encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante ti
está mi firmeza y mi debilidad; sana ésta, conserva aquélla. Ante ti está mi
ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre
al que llama. Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí
estos dones hasta la reforma completa.
Sé
que está escrito: En las muchas palabras no estás exento de pecado
(Prov 10,19). ¡Ojalá sólo abriera mis labios para predicar tu palabra
y cantar tus alabanzas! Evitaría así el pecado y adquiriría abundancia de
méritos, aun en la muchedumbre de mis palabras. Aquel varón amado de ti no
habrá ciertamente aconsejado el pecado a su verdadero hijo en la fe, cuando le
escribe: predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo (2
Tim 4,2). ¿Acaso se podrá decir que no habló mucho el que no callaba tu palabra
ni a tiempo ni a destiempo? No, no era mucho, pues todo era necesario. Líbrame,
Dios mío de la muchedumbre de palabras que padezco en mi interior, en mi alma,
mísera en tu presencia y acogida a tu misericordia.
Cuando
callan mis labios, no guardan silencio mis pensamientos. Y si sólo pensara en
las cosas que son de tu agrado, no te rogaría que me librases de la abundancia
de mis palabras. Pero son muchos mis pensamientos; tú los conoces: son
pensamientos humanos, pues son vanos. Otórgame no consentir en ellos, sino haz
que pueda rechazarlos cuando siento su caricia; nunca permitas que me detenga
adormecido en sus halagos. Jamás ejerzan sobre mí su poderío ni pesen en mis
acciones. Con tu ayuda protectora sea mi juicio seguro y mi conciencia esté al
abrigo de su influjo.
Hablando
el sabio de ti en su libro, hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice: Muchas
cosas decimos, sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro discurso él mismo (43,29).
Cuando
arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin
entenderlas, y tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico
eterno, loándote a un tiempo todos unidos en ti.
Señor,
Dios uno y Dios Trinidad, cuanto queda dicho en estos mis libros porque tú me
lo has inspirado, conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha,
perdónalo tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea.
San Agustín
La Trinidad XV,
28,51
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