¡Amor y paz!
Hemos estado viendo una y
otra vez en el Evangelio la relación entre orar y amar, entre pedirle a Dios y
darle a los hermanos. Mateo vuelve hoy sobre el tema y es así como Jesús afirma que si, al
presentar la ofrenda en el altar, nos acordamos que nuestro hermano tiene alguna
queja contra nosotros, debemos dejar la ofrenda ante el altar e ir a reconciliarnos
con el hermano.
Eso mismo nos lo recomendó
el martes pasado con la oración del padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6, 7ss), y nos lo
volverá a recordar más adelante con el caso del rey que quiso ajustar cuentas
con sus siervos y termina recriminando a uno de ellos diciéndole: “Siervo
malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No
debías también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí
de ti?” (Mt 18, 21ss).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 1ª. Semana de
Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,20-26.
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Comentario
En este texto, incluido en
el "Sermón de la Montaña", Jesús resume en qué consiste el Reino y la
capacidad de amor que debe tener un auténtico seguidor de su proyecto. Tal como
él mismo lo advierte, esta cualidad es la principal para sus seguidores. Para
Jesús, la filiación de los seres humanos de parte de Dios Padre es el
fundamento de nuestra plena humanización, y lo que mejor puede darnos
establemente la tan anhelada paz.
Jesús quería que las
antiguas leyes de alianza de los israelitas -como no matar, no robar, no
mentir, entre otras- fueran suplidas por otras más exigentes que incluyeran y
superaran sus contenidos. Dichas leyes eran principios mínimos de convivencia
que había que seguir perfeccionando, a pesar de haber sido, en su momento, un
gran logro ético. Jesús quería llegar hasta el amor perfecto, que trata de
vivir el principio de la paternidad universal de Dios, por el que todos somos
unos hermanos de los otros, sin distinción de clase social, de raza o de sexo.
El mandamiento de "no
matar", según Jesús, sólo quedaba superado en el momento en que se pensara
en un amor universal que llevara a amar y a perdonar. Si nos contentamos sólo
con no matar al hermano, este puede seguir siendo deshumanizado, oprimido,
explotado y alienado, puede morir a nuestra puerta y nos podríamos quedar
tranquilos, sencillamente porque nosotros no lo hemos matado. Una sociedad no
se vuelve justa sólo con no matar. Sólo el amor sin medida, convertido en
solidaridad e igualdad de derechos para todos, puede formar una sociedad justa.
El cristiano debe recordar
que ya no está en el Sinaí, sino en la Montaña de las Bienaventuranzas, que no
es un seguidor de Moisés, sino un discípulo de Jesús, quien rompió todos los
círculos en los que se había encerrado al amor.
Lo que está mandado no es «no
matar» (porque lo contrario ciertamente sería la contradicción más flagrante
contra el amor), sino «amar». No haciendo nada malo se puede cumplir con el
mandamiento de no matar, pero no se cumple con el de amar. Pecado es no sólo lo
malo que hacemos (pecados que cometemos, pecados de «comisión») sino lo mucho
bueno que nos dejamos de hacer (pecados de «omisión», que se cometen
precisamente «no haciendo»). «No haciendo» se podría cumplir tal vez la ley de
los letrados y fariseos, pero no la de Jesús.
Servicio
Bíblico Latinoamericano
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