¡Amor y paz!
La novedad de Jesús toca ahora el fondo último de la conciencia. Él confiere el perdón liberando al hombre del complejo de culpa y posibilitando su relación con Dios. Los letrados están en lo cierto: esto es algo que sólo Dios puede realizar. Jesús actúa como si estuviera en lugar de Dios. La multitud también lo entiende así: todos empiezan a intuir sobrecogidos que Jesús es Dios. Como signo de que el perdón de los pecados es una realidad, Jesús cura al paralítico devolviéndole su capacidad de movimiento y autonomía (Dabar/79/16).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este VII Domingo del Tiempo Ordinario. (El próximo miércoles –de Ceniza- comenzará la Cuaresma: cuarenta días de preparación para celebrar el misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo).
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 2,1-12.
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".Comentario
Cuentan que una vez iban dos frailes caminando por un campo. Al llegar a una quebrada, encontraron a una señorita muy bonita que quería pasar al otro lado sin mojarse; pero no había puente ni posibilidad alguna de cruzar el obstáculo sin meterse al agua; de modo que la hermosa jovencita le pidió a los frailes que le hicieran el favor de pasarla cargada. Uno de ellos no tuvo ningún problema en prestarle este servicio; se la echó al hombro y la pasó con mucho cuidado. Ella quedó muy agradecida y siguió su camino por un rumbo distinto.
El otro fraile se puso furioso y, una vez estuvieron solos, comenzó a reprochar al primero diciéndole que había faltado a sus votos y que estaba en pecado, que había hecho muy mal. El fraile que había cargado a la joven se calló y siguió caminando mientras soportaba los regaños e insultos que el otro profería contra él. Pasada una hora de camino, el fraile escandalizado seguía con la cantaleta y los reclamos. Pasada otra hora, durante la cual siguieron los reclamos y las exhortaciones, el primer fraile no aguantó más y le respondió al otro diciéndole: "Mira, hermano, ya hace dos horas que yo dejé a la mujer junto a la quebrada. El que la ha seguido cargando durante las últimas dos horas eres tú”.
Siempre me ha impresionado la manera como el P. Gustavo Baena explica el sacramento de la reconciliación. Normalmente, cuando pensamos en el perdón de los pecados, miramos hacia atrás, como si lo que hiciera Dios fuera borrar la estela de miserias que vamos dejando a nuestro paso por la vida. Sin embargo, esto no tendría ningún sentido si no nos enderezaran el camino y, sobre todo, el caminado hacia delante. Lo que le interesa a Dios no es tanto lo que pasó, sino o que va a pasar de ahora en adelante en nuestras vidas.
Todavía no he podido hacerme una idea de cómo fue que esos cuatro hombres que querían llevar al paralítico delante de Jesús, de los que habla el Evangelio de hoy, “quitaron parte del techo encima de donde él estaba, y por la abertura bajaron en una camilla al enfermo”. Ciertamente, se trató de una obra de ingeniería de las más sofisticadas que se relatan en el Evangelio. Hoy necesitaríamos poleas y una grúa para realizar una maniobra semejante.
Lo importante es que Jesús, al ver “la fe que tenían, le dijo al enfermo: –Hijo mío, tus pecados quedan perdonados. Algunos de los maestros de la ley que estaban allí sentados, pensaron: ‘¿Cómo se atreve este a hablar así? Sus palabras son una ofensa contra Dios. Sólo Dios puede personar pecados’ Pero Jesús en seguida se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó: –¿Por qué piensan ustedes así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados quedan perdonados’ o decirle: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’?”
Hay personas que siguen cargando los pecados del pasado, cerrándose así a la acción misericordiosa de Dios que nos invita a caminar de una manera distinta. El perdón de los pecados no es sólo descargar nuestros hombros de lo que hemos hecho mal; es, sobre todo, enderezar nuestro camino y nuestro caminado hacia adelante.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá.
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