miércoles, 15 de febrero de 2012

Convertirnos y creer en Jesús implica un proceso

¡Amor y paz!

Llegar a conocer y a amar plenamente a Jesús implica un proceso. Podemos en un momento dado decir quién es el Señor, qué dice y qué hace, pero eso no significa que ya lo conozcamos, tampoco que lo amemos y menos que nos comprometamos con Él. Otro tanto ocurre con nuestro proceso de conversión.

Es una manera de leer lo que le pasó al ciego de Betsaida, sobre cuya curación nos relata hoy el Evangelio. En una primera instancia, veía hombres “como si fueran árboles que caminan”, pero luego de una nueva intervención de Jesús recupera la vista.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la VI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 8,22-26.
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?". El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan". Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo". 
Comentario

La primera etapa del ministerio de Jesús había terminado con el endurecimiento del corazón o ceguera de los fariseos y herodianos, hasta el punto que planean eliminar a Jesús (Mc 3,6). En el final de la segunda etapa son sus propios paisanos de Nazaret quienes por su ceguera no pueden reconocer un profeta en su tierra. (Mc 6,1-6). La tercera etapa se cierra con la falta de comprensión y ceguera de los mismos discípulos, que siguen preocupados por su propia comida, porque no han comprendido que el compartir permite que lo poco alcance para todos y hasta sobre. Las tres etapas constituyen la primera parte del evangelio de Marcos, que termina precisamente con la curación de un ciego. Un relato clave por su ubicación y connotación simbólica. 

Hasta el momento Jesús ha estado rodeado de incomprensión o “ciegos” (sus adversarios, su familia y hasta sus propios discípulos) incapaces de ver la luz de Dios que brilla para toda la humanidad. Para Marcos, el paso de la incomprensión a la fe es como el paso de la ceguera a la visión. La curación del ciego tiene lugar en Betsaida, una pequeña población de pescadores, ubicada en la margen izquierda del río Jordán, en su desembocadura en el mar de Galilea. El Tetrarca Filipo la había ampliado y hasta cambiado el nombre por el de Julias, convirtiéndose en el lugar principal de la región de Gaulanitis. 

Su población era tanto judía como pagana. Sabemos por Mc 3,7-8, que la fama de Jesús había traspasado las fronteras de Galilea. Como en el relato del sordomudo (Mc 7, 32) un grupo de amigos le lleva a Jesús un ciego suplicándole que lo toque. Para la mentalidad judía la ceguera representaba un castigo divino, personal o familiar, proveniente de la aceptación de dinero por corrupción. Jesús no se contenta simplemente con tocarlo sino que entra, con la ternura de un padre, en contacto directo con el enfermo. Lo toma de la mano y lo conduce a las afueras de la ciudad. La actitud de Jesús nos introduce en su intención de evitar el escándalo y la espectacularidad.

Al igual que en el milagro del sordomudo, aquí Jesús utiliza la saliva. Según la tradición judía la saliva tenía poderes para expulsar demonios y curar enfermedades, de manera especial en la curación de enfermedades oculares. 

Algunos opinan que este poder curativo se debe a la relación de la saliva con la sangre, y a través de la boca, con la respiración, haciéndola por tanto, portadora de vida. De aquí se concluye que escupir sobre los ojos del ciego equivale simbólicamente a darles nueva vida. Luego viene la imposición de las manos que simboliza la fuerza curativa de Jesús. El milagro está hecho; sin embargo, Jesús introduce una pregunta retórica que permite entrar en diálogo con el enfermo: “¿ves algo?”. Éste ve árboles que se mueven, por lo que concluye que son personas. Esto supone que el ciego no era de nacimiento, dado que distingue bien los objetos que percibe. De nuevo Jesús impone sus manos sobre los ojos del ciego, ahora sin saliva y sin diálogo.

El efecto de este último contacto se describe con tres acciones: poder ver con buena vista, recuperarse plenamente y ver con toda claridad. Queda ratificado que el hombre puede regresar a casa sin la ayuda de nadie, Jesús le ha devuelto la luz y la dignidad. El envío a su casa evitando entrar e el pueblo, significa el deseo de Jesús que el milagro se circunscriba solo al ámbito de la casa. Hay que mantener el secreto hasta que Jesús pueda ser visto crucificado y resucitado.

Servicio Bíblico Latinoamericano. 2004

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