¡Amor y paz!
Jesús atraía a las multitudes, que sentían que de Él emanaba un poder sanador. Una fuerza que –valga decirlo-- no se centraba en curar enfermedades y dolencias sino que transformaba integralmente a todo hombre y a todo el hombre.
Con Jesús opera una seducción como la que experimentó el profeta Jeremías: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir” (Jr 20, 7). Así lo experimentaron también los apóstoles y los santos a lo largo de la historia de la Iglesia. Dios llama, Dios enamora y cada uno es libre de responderle. A través de la oración, Jesús escogió a sus apóstoles; mediante ella podemos reconocer que Él nos llama y responderle.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 6,12-19.
En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor. Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Comentario
"Salía de él una fuerza que los curaba a todos". Repite pausadamente estas palabras que cierran el evangelio de hoy..... Para muchos Dios es hoy una palabra gastada, un concepto vacío, algo así como un personaje cada vez más lejano. No así para aquellos enfermos y atribulados que se acercaban a Jesús para oírlo y tocarlo ni para esos doce discípulos a los que nombró apóstoles ¿Crees en el encuentro con Dios como una experiencia gozosa, capaz de transformar a la persona trastocando su vida entera?
Hay signos que pueden aparecer a cualquier edad y que siempre revelan un proceso de envejecimiento espiritual, una enfermedad que necesita ser curada. Así sucede cuando nos contentamos con ir tirando. Nada nuevo aparece ya en el horizonte de nuestra existencia: los mismos hábitos, los mismos esquemas y costumbres. Ningún objetivo nuevo, ningún ideal. Sólo la rutina de siempre.
No hay capacidad para escuchar esa voz interior que desde dentro nos invita siempre a una vida más elevada, más generosa, más noble y creativa. Corremos entonces el riesgo de encerrarnos en nuestro propio egoísmo. La vida se reduce a buscar siempre las propias ventajas, lo que sirve al propio interés.
No cuentan los demás, no se viven los acontecimientos que sacuden a la Humanidad ni se conmueve uno ante las personas que sufren junto a él. Y sin amor se apaga también la vida. La vida sigue, pero envueltos en la mediocridad, ya no se vibra con nada. Pronto se percibirá en el corazón algo difícil de definir, pero que no está lejos del aburrimiento, la decepción, la soledad o el resentimiento.
No es fácil reaccionar y romper esa trayectoria decadente. La persona necesita encontrarse con algo que toque lo más hondo de su ser e infunda un luz y un sentido nuevo a su vida. Algo que genere un estilo de vivir más generoso, más sano y más gozoso. Los atormentados y atribulados que se acercan a Jesús para tocarlo buscaban eso, un encuentro creador y transformador. No es posible la experiencia de Dios sin vivir, al mismo tiempo, la experiencia de una luz que ilumina todo de manera diferente, una alegría que abre horizontes nuevos a la vida, una fuerza que permite enfrentarse a la vida con confianza. Porque "salía de él una fuerza que los curaba a todos", todo encuentro con Dios puede ser una experiencia capaz de cambiarnos y devolvernos a una vida nueva.
Teodoro Bahillo
CLARETIANOS 2002
www.mercaba.org
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