¡Amor y paz!
Tengamos en cuenta que la denominación exacta de la festividad que hoy celebramos es "La Presentación del Señor". Se trata fundamentalmente, por lo tanto, de la celebración de un misterio de Cristo, en el que los personajes (María, Simeón y Ana) participan cada uno a su modo. María tiene una función muy próxima a Jesús (que hay que conectar con la Pasión) y los otros obtienen un papel iluminador del misterio muy colateralmente.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles en que la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Comentario
En el fondo de la escena de la presentación está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado -sea hombre o animal- es sagrado, pertenece a Dios, y por lo tanto ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la Ley obligaba a realizar un cambio de manera que en lugar del niño se ofreciera un animal puro.
Se resalta el hecho de que Jesús ha sido "presentado al Señor", es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres.
Jesús ha sido ofrecido al Padre y el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza. En sus palabras se descubre que el antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquillo; su historia -representada en Simeón- no acaba en vano, ha visto al Salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan, porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es luz y salvación para todos los hombres.
Estas palabras del himno del anciano Simeón son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María.
Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento.
La sabida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (22-24), con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón.
Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el calvario y se extendería después hacia la Iglesia.
Todo el que escuche las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (29-32) tiene que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza, pasión y muerte.
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