¡Amor y paz!
Me parezco a la vendedora de manzanas de la cual habla el comentario al Evangelio de hoy. Muy pocos ‘compran’ mis manzanas y a veces me desanimo. Son pocos los que acceden al blog, pero vuelvo a esperanzarme cuando me doy cuenta de que, como Juan el Bautista, he conocido al Señor Jesús y debo dar testimonio de Él. ¡Sé que muchas personas están esperándolo!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo II del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".
Comentario
En una vieja historia se habla de una vendedora de manzanas. La buena mujer acudía cada mañana al mercado a vender su mercancía. Pero pasadas las horas apenas lograba vender algún kilo. Con el paso del tiempo el poco éxito de sus ventas hizo que la mujer se fuera desanimando. Una mañana se acercó un joven a su puesto. Al verla triste y desanimada le preguntó qué le pasaba. “Ya ves –respondió la mujer– cada mañana acudo a este mercado a vender mis manzanas pero cuando la tarde cae apenas he logrado vender algún kilo. Mis manzanas no deben ser buenas”.
De repente y sin que nadie se lo pidiera el joven comenzó a gritar: “Compren, compren las mejores manzanas de la huerta. Recién recogidas para llevarlas a su mesa... compren”. Al sonido de los gritos se fueron formando corros de personas alrededor de la vendedora y muchas personas pedían ansiosamente algunos kilos de manzanas. Al cabo de pocas horas la mujer había vendido toda su mercancía. “¿Cómo lo has hecho?” –preguntó la mujer– “Durante muchas semanas he acudido a este mercado y no he logrado vender mi mercancía y tú en solo un par de horas has logrado vender más de lo que yo he vendido a lo largo de todo ese tiempo”. “Ha sido muy fácil” –respondió el joven– tus manzanas eran muy buenas, pero ni tu ni ellos lo sabían. Alguien tenía que decírselo.
Cuando Juan el Bautista vio a Jesús que se acercaba a él, dijo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! A él me refería yo cuando dije: ‘Después de mí viene uno que es más importante que yo, porque existía antes que yo’. Yo mismo no sabía quién era; pero he venido bautizando con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo conozca. Juan también declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo’. Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios”.
Cuando hemos experimentado la salvación que nos trae el encuentro con Jesús, sentimos la imperiosa necesidad de anunciarlo a los demás. Tenemos la obligación de contarle a otros lo que hemos experimentado en carne propia. Evidentemente, esto tenemos que hacerlo con nuestro testimonio de vida, pero también con nuestras palabras. Callarnos y no compartir con las personas que nos rodean esta riqueza, es contradictorio. Muchas personas esperan de nosotros un anuncio explícito, y no sólo una presencia testimonial. Como las manzanas, la noticia que tenemos es muy buena, pero alguien tiene que decirlo. ¡Adelante! Seguro que hay muchas personas que están esperando.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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