¡Amor y paz!
Comenzamos hoy la lectura del llamado ‘Sermón de la montaña’ y, concreta-mente, de las llamadas ‘Bienaventuranzas´.
Es importante que tengamos claro que ser fiel a Jesús, vivir como cristiano, seguir el Evangelio, trae, necesariamente, una serie de consecuencias; pero si esas consecuencias no se advierten ese cristianismo no es de fiar.
A lo mejor nuestro cristianismo se reduzca al cumplimiento de unas obligaciones religiosas que en nada afectan la vida. Siendo así, nuestra vida de cristiano no se diferencia en nada de la del no creyente y no seremos buenos cristianos.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este IV Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,1-12.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Comentario
Hemos empezado hoy, hermanos, la lectura del llamado «sermón de la montaña», tal como nos lo ha transmitido el evangelista san Mateo.
Esta pieza fundamental de la enseñanza de Jesús, la iremos leyendo durante todos esos domingos que nos faltan antes de empezar el tiempo de Cuaresma, y, por ello, es importante que reflexionemos sobre el sentido global que contiene esa colección de máximas y sentencias que Mateo pone en labios de Jesús al comienzo de su predicación, como el resumen programático de todo el mensaje cristiano.
En cuanto a su contenido, nos pueden ser útiles estas palabras de un comentarista moderno, Joachim Jeremías: «El sermón de la montaña no es ley sino evangelio. Porque esta es la distinción entre ambos: la ley pone al hombre ante sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo; el evangelio sitúa al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable en fundamento de su vida. Dos mundos».
Ello significa que el sermón de la montaña -encabezado por la proclamación solemne de las bienaventuranzas- no es un código jurídico, ni tampoco, propiamente hablando, una lista de normas morales: se trata, en cambio, del anuncio gozoso de las condiciones que hacen posible el seguimiento del camino del Reino de Dios, trazado por Jesús.
Dicho de otro modo: el sermón de la montaña no constituye el resumen de las normas legales y éticas que rigen la vida cristiana, sino que es, sencillamente, la proclamación de las consecuencias -exigentes y liberadoras al mismo tiempo- de la fe cristiana cuando se vive de veras.
Sin ánimo de sentar cátedra ni hacer un análisis exhaustivo, vamos a intentar desenmascarar algunas falsas concepciones de las bienaventuranzas; vamos a tratar de ver qué no son las bienaventuranzas, muy brevemente.
-Frecuentemente se han considerado las bienaventuranzas como las pautas de vida del cristiano, como el camino para seguir a Cristo; ni Cristo las presenta como tales, pues simplemente hace una relación de quiénes son dichosos, ni podemos nosotros interpretarlo así, puesto que en ellas para nada se habla de seguimiento de Cristo. A Jesús no se le sigue simplemente llorando, porque hay muchos que lloran y eso no significa que le sigan a él; ni basta con ser pobres, pues hay muchos pobres de quienes no se pueden decir en absoluto que sigan a Cristo, etc.
-Tampoco se pueden entender las bienaventuranzas como el código de ética cristiana, o como los mandamientos de la nueva ley (a pesar de los paralelismos del evangelio de hoy con la escena del Sinaí). Cristo no dio más que un mandato, el del amor; y las bienaventuranzas, repito, no son más que una relación de quiénes son dichosos; ni siquiera tienen la forma gramatical de unos mandatos.
-Las bienaventuranzas no son un seguro para la felicidad, ni indican el camino a seguir para alcanzar la felicidad, ni son una bendición que cause la felicidad, ni son, tampoco, un seguro para la salvación; nos demuestra la experiencia que cientos de personas sufren, lloran, pasan hambre... y no son felices. Las bienaventuranzas no aseguran al pobre que, por el simple hecho de serlo, sea feliz -la experiencia nos lo demuestra. Esa pobreza ha de tener un por qué que la explique y le dé sentido.
-Mucho menos se puede decir que sean un consuelo, una anestesia contra los males del mundo; ésta sería una solución alienante para tales males o problemas -en realidad ni siquiera sería solución-; sería una salida esclavizadora, impropia del estilo de Jesús. Las bienaventuranzas, entendidas como bálsamo serían, en realidad, verdadero opio en manos de los poderosos.
Es importante observar que lo que se declara bienaventurado son las personas y no las situaciones. La observación es importante porque ello significa que las bienaventuranzas no convalidan o consagran situaciones sociológicas de injusticia y dolor, sino que alaban a personas activas, a personas que llevan adelante una tarea dolorosa o que han hecho una opción dolorosa.
En la segunda parte de cada uno de los ocho miembros de que consta la enumeración, Jesús promete en nombre de Dios a todas estas personas un final a su sufrimiento y dolor. En el pasado se ha querido ver en estas palabras de Jesús una proclama reaccionaria, adormecedora de conciencias y favorecedora del mantenimiento de situaciones de injusticia en beneficio de los dominantes. A la luz del análisis anterior queda bastante claro que una interpretación así supone un total desenfoque del texto. Nadie con seriedad la sostiene hoy.
En definitiva, las bienaventuranzas no son algo anterior a un encuentro con Cristo, algo que nos acerque a él, etc., sino todo lo contrario: las bienaventuranzas son algo «a posteriori» de un encuentro personal con Cristo. No son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Las bienaventuranzas no son sino algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Por eso es dichoso el pobre: porque su pobreza es fruto de una opción por Jesús. Quien llora porque se le ha muerto su madre no es bienaventurado; todos lloran cuando pasan tal trance. Quien llora porque el seguir a Jesús le hace comprender cosas que hacen llorar, quien llega a llorar como efecto de seguir a Cristo, ese es dichoso. Y así con todas las bienaventuranzas.
Lo primero es, pues, la decisión por Cristo; y luego, por haber hecho tal opción, seremos dichosos. Y si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha no puede venir por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión en favor de seguir a Cristo.
El ámbito de las bienaventuranzas es religioso. Es decir, presuponen una toma de posición previa por Jesús y por el reinado de Dios. Jesús se dirige exclusivamente a los que han tomado posición por él y por el Reino (=a los discípulos). Esta toma de posición previa le lleva al discípulo a adoptar posturas concretas. Estas posturas le colocan unas veces en situaciones penosas y otras en actividades cuya realización comporta una serie de dificultades. Tanto en unos casos como en otros el discípulo puede llegar a experimentar el desánimo, la tentación de mandarlo todo a paseo o puede incluso «quemarse». Es aquí, ante estas posibilidades muy humanas, donde interviene Jesús y le dice al discípulo: «No te desanimes. No eres ningún desgraciado. Todo lo contrario: eres un bienaventurado. Eres tú quien está construyendo el Reino y llegará un día en que esto aparezca con toda claridad». La perspectiva de futuro que Jesús introduce no es una evasión; es, sencillamente, la certeza que necesita el luchador de que su lucha no es una quimera, la certeza de que su lucha vale la pena porque efectivamente lleva a un término glorioso.
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