¡Amor y paz!
La lectura del Evangelio me hace reflexionar, entre otras cosas, acerca de la sociedad a la que pertenecemos, en la que a menudo se observan reacciones viscerales y poco racionales. De tal manera, muchos se polarizan entre el odio y el amor intensos y desproporcionados. Algunos personajes son elogiados y homenajeados, de manera exagerada e inmerecida, simplemente por haber cumplido con su deber o a pesar de no haberlo cumplido; otros, son repudiados y condenados, porque defienden ideas contrarias, aunque hayan cumplido con la misión que se les había encomendado.
El resultado es que a quien se ama incondicionalmente se le pasan por alto sus errores y fracasos, en tanto que a quien se odia, también de manera incondicional, no se le reconocen sus logros y virtudes.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 17,5-10.
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'".
Comentario
Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia.
Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: « Somos unos pobres siervos » (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor.
Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: « Nos apremia el amor de Cristo » (2C 5, 14).
Papa Benedicto XVI
Encíclica «Deus caritas est», § 35
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