Amor y paz!
Jesús afirma hoy que no ha venido a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento. ¿Cuál es la plenitud de todos los mandamientos de Dios? ¡El amor! Sin él, los preceptos pueden esclavizar y enajenar al hombre. Con él, son cauces que nos ayudan a realizar lo esencial de la vida humana: amar a Dios y al prójimo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 3ª. semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,17-19.
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Comentario
Esta es una perícopa llena de esperanza para la humanidad, ya que Jesús explica el sentido de su presencia: ha venido al mundo a hacer realidad la Ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras, reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. El no parte de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente. También la Ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumpla esos elementos, se participa en el Reino que él propone. El pentateuco, la verdadera Ley, contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la
tierra... todos proyectos humanos en los que se siente la presencia de Dios.
Jesús es la más clara manifestación del apoyo de Dios a las utopías humanas -que son también divinas- porque fue Él quien las sembró en el corazón de la humanidad. Hubo un tiempo en que el pueblo Israelita deseó vivir en una nueva sociedad, sin egoísmos, en fraternidad e igualdad. Y aunque sus instintos lo dominaron y lo alejaron de sus sueños, quedó la esperanza de su realización y se vislumbró que era posible una alternativa de nueva sociedad.
Jesús lo confirma ahora no sólo con sus palabras, sino con sus hechos: condena las estructuras sociales de su tiempo que, por tener como valores supremos el individualismo y la ambición, matan toda utopía social. La ley está escrita, los profetas señalaron el camino, y el ser humano, acercándose y alejándose del mismo, sigue soñando con un mundo más justo... Pese a todas las dificultades, podemos estar seguros de esto: no estamos solos en este sueño. Jesús manifestó su deseo de acompañarnos, pues él tuvo un sueño mayor: creyó que con él comenzaba a hacerse posible el sueño primitivo del Antiguo Testamento: una sociedad igualitaria, solidaria, fraterna.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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