¡Amor y paz!
Reciban todos ustedes mi más fraternal saludo de año nuevo y mis deseos porque en este 2010 el Señor los colme de bendiciones.
La fe cristiana es una oferta que Dios hace a la humanidad entera. Por la presencia del Hijo de Dios en el mundo -su Epifanía- todos los hombres de todas las épocas y culturas estamos llamados a la salvación definitiva. Cada civilización, cada tiempo, cada hombre tiene en Jesús a su Salvador.
Los invito a leer y meditar el Evangelio, en este día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Epifanía del Señor.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 2,1-12.
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje". Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
Comentario
El Mesías de Israel, nacido en la ciudad de David, llama a la fe, a la salvación, a gente de todos los pueblos. Los magos son las primicias de todas las naciones llamadas a la fe.
Vale la pena describir el camino de la fe que nos presenta el evangelio: los magos descubren un signo (la estrella), siguen la llamada -a la que son obedientes sin desfallecer-, se informan, buscan, preguntan. Finalmente, encuentran. Con una "inmensa alegría" descubren al niño, con María, su madre. Cayendo de rodillas le adoran. Es el símbolo del itinerario de fe que recorrieron quienes son vistos como los primeros entre los creyentes no israelitas; es el camino que cada hombre es llamado a recorrer.
Un evangelio, el de hoy, muy cercano a los hombres de todos los tiempos, que interpela al hombre moderno. Este no puede quedar como deslumbrado ante los progresos de la ciencia y de la técnica. Bajo las estrellas que brillan en el mundo moderno, hay que buscar un signo más profundo y más humanizador. Si investigamos, si buscamos, si no desfallecemos, encontraremos al final la llamada de Dios, la llamada de la fe que nos conduce al Dios hecho hombre, al Mesías salvador de todos los hombres.
Cuando le encontramos, lo adoramos: es el reconocimiento: "Él es el Señor". Los presentes ratifican el reconocimiento. La ofrenda de la fe (la que realizamos en cada Eucaristía) no es una cosa material. Nos lo dice hoy la oración sobre las ofrendas: "no son oro, incienso y mirra, sino Jc tu Hijo...", proclamado, inmolado, comido. Y con Él nos ofrecemos a nosotros mismos. Es la ofrenda personal de nosotros a Dios que nos exige la fe. Cada vez que celebramos la Eucaristía, realizamos la ofrenda de la fe. Es el objetivo principal a alcanzar en nuestra participación en la eucaristía: que el Espíritu nos transforme en ofrenda permanente con Cristo, por Él y en Él.
"También los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la Promesa en JC, por el Evangelio" dice Pablo en la segunda lectura. Ahora, en Jesús, el Hijo de Dios, se ha hecho la manifestación, Epifanía, de este plan salvador universal de Dios, que no conoce fronteras. Todos los pueblos forman un solo cuerpo por la fe, por su incorporación a Cristo.
Hoy es fiesta universal: el Hijo de Dios se quiere manifestar a gente de todas las naciones para llevar a cabo el plan universal de salvación del Padre.
"Fiesta de la luz", así la denominaban los orientales. La primera lectura nos lo pone de manifiesto. Jerusalén está toda ella circundada de la gloria de Dios y se convierte en faro de todos los pueblos. Es la imagen de la Iglesia (véase el inicio de la "Lumen gentium"). La Iglesia no es la luz. La luz es Cristo, pero la luz de Cristo resplandece en el rostro de la Iglesia, y ella quiere iluminar a todos los hombres con la claridad de Cristo por la predicación del Evangelio.
Es un hermoso símbolo, tan enaltecido por la liturgia cristiana (p.e. en los ritos postbautismales), que revela hoy nuestra reflexión sobre la fe. El creyente, el bautizado es un "iluminado" por la luz de Cristo; forma parte de la Iglesia y por eso ha de ser iluminador de los que no tienen fe, tiene que iluminar a los demás con la luz del Evangelio. Para que todos los hombres lleguen a vislumbrar la estrella, como los magos, para que todos los hombres caminen en la luz del Señor.
P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL, 1990 nº 1
www.mercaba.org
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