¡Amor y paz!
La Iglesia celebra hoy la solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista, una oportunidad para reconocer las virtudes del Precursor, quien con gran humildad se abajó para que creciera el Señor Jesús.
Ojalá tengamos presente que mientras nuestro corazón esté lleno de nosotros mismos, o de los ídolos que venera el mundo, no habrá espacio para Cristo.
Muchos hoy se vuelven orgullosos y soberbios porque tienen, pueden o saben y así no le dan cabida al Hijo de Dios en su vida.
Dios los bendiga,
Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
Comentario por San Beda el Venerable
(hacia 673-735), monje, doctor de la Iglesia
Homilía II, 20; CCL 122, 328-330
«Juan no era la luz, sino testigo de la luz» (Jn 1,8)
El hecho de que el nacimiento de Juan se conmemore cuando los días comienzan a disminuir, y el del Señor cuando comienzan a aumentar, forma parte de un símbolo. En efecto, el mismo Juan ha revelado el secreto de esta diferencia. La multitud pensaba que era el Mesías a causa de sus eminentes virtudes, mientras que algunos no consideraban que el Señor fuera el Mesías, sino un profeta a causa de la debilidad de su condición corporal. Y Juan dijo: «Es preciso que él crezca y yo disminuya» (Jn 3,30).
El Señor creció verdaderamente porque, cuando pensaban que era un profeta, dio a conocer a los creyentes del mundo entero que él era el Mesías. Juan decreció y disminuyó porque él, a quien tomaban por el Mesías, apareció no como el Mesías sino como el anunciador del Mesías. Es, pues, normal que la claridad del día comience a disminuir a partir del nacimiento de Juan puesto que la reputación de su divinidad iba a desvanecerse y pronto iba a desaparecer su bautismo. De la misma manera es normal que la claridad de los días más cortos vuelva de nuevo a crecer a partir del nacimiento del Señor: en verdad él vino sobre la tierra para revelar a todos los paganos la luz de su conocimiento, de la cual, los judíos anteriormente, sólo poseían una parte, y para extender por todas las partes del mundo el fuego de su amor.
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