¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 32 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Sab 6,1-11):
Escuchad, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del
orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y
alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del
Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo
ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni
procedisteis según la voluntad de Dios. Repentino y estremecedor vendrá sobre
vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más
humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena.
El Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y
al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un
control riguroso. Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser
sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán
declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda.
Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.
Salmo responsorial: 81
R/. Levántate, oh Dios, y juzga la tierra.
«Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al
humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente, sacándolos de las
manos del culpable».
Yo declaro: «Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos, moriréis como
cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos».
Versículo antes del Evangelio (1Tes 5,18):
Aleluya. Dad gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que vosotros hagáis. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 17,11-19):
Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los
confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su
encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la
voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les
dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado,
se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los
pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús
y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha
habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo:
«Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
Comentario
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la
escena mencionada más arriba, con un aire realista, en la persona de tantos
marginados como hay en nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos
para encontrar en ellos la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los
leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos
diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc
17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido
acercarse a la gente («se pararon a distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de
los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes,
drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús
quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos
pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús.
Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de
Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión
de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y
confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho,
sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15).
Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente
sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor
brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto,
nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la
familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...?
¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar
de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra
mejor vivencia de cada día.
P. Conrad J. MARTÍ i Martí OFM (Valldoreix, Barcelona, España)
Evangeli.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario