¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar las Palabras de Dios, en este miércoles XXI del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (1Tes 2,9-13):
Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.
Salmo responsorial: 138
R/. Señor, tú me sondeas y me conoces.
¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu
mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te
encuentro.
Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí
me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.
Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en
torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día.
Versículo antes del Evangelio (1Jn 2,5):
Aleluya. En aquel que cumple la palabra de Cristo el amor de Dios ha llegado a su plenitud. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 23,27-32):
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».
Comentario
Hoy, como en los días anteriores y los que siguen,
contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un
vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis
justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de
iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la
lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy
apreciadas por los humanos.
Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con
Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él
totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el
primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer
los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la
Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien
hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no
reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como
Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de
sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de
aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».
Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de
hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que
necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el
“padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de
san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»;
tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace
muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el
principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí,
sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).
María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y
veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.
Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)
Evangeli.net
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