¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 7 del tiempo ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Eclo 17,1-13):
El Señor creó al ser humano de la tierra, y a ella lo
hará volver de nuevo. Concedió a los humanos días contados y un tiempo fijo, y
les dio autoridad sobre cuánto hay en la tierra. Los revistió de una fuerza
como la suya y los hizo a su propia imagen. Hizo que todo ser viviente los
temiese, para que dominaran sobre fieras y aves. Discernimiento, lengua y ojos,
oídos y corazón les dio para pensar. Los llenó de ciencia y entendimiento, y
les enseñó el bien y el mal.
Puso su mirada en sus corazones, para mostrarles la grandeza de sus obras, y
les concedió gloriarse por siempre de sus maravillas. Por eso alabarán su santo
nombre, para contar la grandeza de sus obras. Puso delante de ellos la ciencia,
y les dejó en herencia una ley de vida. Estableció con ellos una alianza
eterna, y les enseñó sus decretos. Sus ojos vieron la grandeza de su gloria y
sus oídos oyeron su voz gloriosa. Les dijo: «Guardaos de toda iniquidad», y les
dio a cada uno preceptos acerca del prójimo. La conducta humana está siempre
ante Dios, no puede ocultarse a sus ojos.
Salmo responsorial: 102
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el
Señor ternura por los que lo temen; porque él conoce nuestra masa, se acuerda
de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo, que
el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor dura desde siempre y por siempre, para aquellos
que lo temen; su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la
alianza.
Versículo antes del Evangelio (Cf. Mt 11,25):
Aleluya. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 10,13-16):
En aquel tiempo, algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Comentario
Hoy, los niños son noticia. Más que nunca, los niños
tienen mucho que decir, a pesar de que la palabra “niño” significa “el que no
habla”. Lo vemos en los medios tecnológicos: ellos son capaces de ponerlos en
marcha, de usarlos e, incluso, de enseñar a los adultos su correcta
utilización. Ya decía un articulista que, «a pesar de que los niños no hablan,
no es signo de que no piensen».
En el fragmento del Evangelio de Marcos encontramos varias consideraciones.
«Algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los
discípulos les reñían» (Mc 10,13). Pero el Señor, a quien en el Evangelio leído
en los últimos días le hemos visto hacerse todo para todos, con mayor motivo se
hace con los niños. Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘No se lo impidáis,
porque de los que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).
La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado. ¿Quién hay, pues, más
necesitado, más “pobre”, que un niño? Todo el mundo tiene derecho a acercarse a
Jesús; el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho: «Dejad
que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).
Pero notemos que, al acoger a los más necesitados, los primeros beneficiados
somos nosotros mismos. Por esto, el Maestro advierte: «Yo os aseguro: el que no
reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Y,
correspondiendo al talante sencillo y abierto de los niños, Él los «abrazaba
(...), y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10,16).
Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien es como un niño
—como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que todo es don, todo
es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y contemplar con
“silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser,
que hablar y no ser (...). Aquel que posee la palabra de Jesús puede también,
de verdad, escuchar el silencio de Jesús».
Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera (Badalona, Barcelona, España)
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