¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 4 del tiempo ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Heb 12,4-7.11-15):
Hermanos: Todavía no habéis llegado a derramar vuestra
sangre en la lucha contra el pecado, y ya os habéis olvidado de la exhortación
que Dios os dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la
corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor
corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos. Soportad, pues, la
corrección, porque Dios os trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija
a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría,
sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos
de paz y santidad.
Por eso, robusteced vuestras manos cansadas y vuestras rodillas vacilantes;
caminad por un camino plano, para que el cojo ya no se tropiece, sino más bien,
se alivie. Esforzaos por estar en paz con todos y por aquella santificación,
sin la cual no es posible ver a Dios. Velad para que nadie se vea privado de la
gracia de Dios, para que nadie sea como una planta amarga, que hace daño y
envenena a los demás.
Salmo responsorial: 102
R/. El Señor es bueno, el Señor nos ama.
Bendice al Señor, alma mía; que todo mi ser bendiga su
santo nombre. Bendice, al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.
Como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien
lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos barro, no se
olvida.
El amor del Señor a quien lo teme, es un amor eterno y entre aquellos que
cumplen con su alianza, pasa de hijos a nietos su justicia.
Versículo antes del Evangelio (Jn 10,27):
Aleluya. Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 6,1-6):
En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se asombró de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
Comentario
Hoy el Evangelio nos muestra cómo Jesús va a la sinagoga
de Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado es el día dedicado al
Señor y los judíos se reúnen para escuchar la Palabra de Dios. Jesús va cada
sábado a la sinagoga y allí enseña, no como los escribas y fariseos, sino como
quien tiene autoridad (cf. Mc 1,22).
Dios nos habla también hoy mediante la Escritura. En la sinagoga se leen las
Escrituras y, después, uno de los entendidos se ocupaba de comentarlas,
mostrando su sentido y el mensaje que Dios quiere transmitir a través de ellas.
Se atribuye a san Agustín la siguiente reflexión: «Así como en la oración
nosotros hablamos con Dios, en la lectura es Dios quien nos habla».
El hecho de que Jesús, Hijo de Dios, sea conocido entre sus conciudadanos por
su trabajo, nos ofrece una perspectiva insospechada para nuestra vida
ordinaria. El trabajo profesional de cada uno de nosotros es medio de encuentro
con Dios y, por tanto, realidad santificable y santificadora. Con palabras de
san Josemaría Escrivá: «Vuestra vocación humana es parte, y parte importante,
de vuestra vocación divina. Ésta es la razón por la cual os tenéis que
santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de
vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente:
esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a
vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese
hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en que habéis nacido y a la que
amáis».
Acaba el pasaje del Evangelio diciendo que Jesús «no podía hacer allí ningún
milagro (...). Y se maravilló de su falta de fe» (Mc 6,5-6). También hoy el
Señor nos pide más fe en Él para realizar cosas que superan nuestras
posibilidades humanas. Los milagros manifiestan el poder de Dios y la necesidad
que tenemos de Él en nuestra vida de cada día.
Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)
Evangeli.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario