¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este Domingo 4 de Adviento, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Miq 5,1-4):
Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz».
Salmo responsorial: 79
R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre
querubines, resplandece; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu
viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó, y al hombre que tú has fortalecido.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos
alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.
2ª Lectura (Heb 10,5-10):
Hermanos: Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Versículo antes del Evangelio (Lc 1,38):
Aleluya. Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 1,39-45):
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Comentario
Hoy es el último domingo de este tiempo de preparación para
la llegada de Dios a Belén. Por ser en todo igual a nosotros, quiso ser
concebido —como cualquier hombre— en el seno de una mujer, la Virgen María,
pero por obra y gracia del Espíritu Santo, ya que era Dios. Pronto, en el día
de Navidad, celebraremos con gran alegría su nacimiento.
El Evangelio de hoy nos presenta a dos personajes, María y su prima Isabel, las
cuales nos indican la actitud que ha de haber en nuestro espíritu para
contemplar este acontecimiento. Tiene que ser una actitud de fe, y de fe
dinámica.
Isabel, con sincera humildad, «quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con
gran voz, dijo: ‘(...) ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?’»
(Lc 1,41-43). Nadie se lo había contado; sólo la fe, el Espíritu Santo, le
había hecho ver que su prima era madre de su Señor, de Dios.
Conociendo ahora la actitud de fe total por parte de María, cuando el Ángel le
anunció que Dios la había escogido para ser su madre terrenal, Isabel no se
recató en proclamar la alegría que da la fe. Lo pone de relieve diciendo:
«¡Feliz la que ha creído!» (Lc 1,45).
Es, pues, con actitud de fe que hemos de vivir la Navidad. Pero, a imitación de
María e Isabel, con fe dinámica. En consecuencia, como Isabel, si es necesario,
no nos hemos de contener al expresar el agradecimiento y el gozo de tener la
fe. Y, como María, además la hemos de manifestar con obras. «Se levantó María y
se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40) para felicitarla y ayudarla,
quedándose unos tres meses con ella (cf. Lc 1,56).
San Ambrosio nos recomienda que, en estas fiestas, «tengamos todos el alma de
María para glorificar al Señor». Es seguro que no nos faltarán ocasiones para
compartir alegrías y ayudar a los necesitados.
Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida(Lleida, España)
Evangeli.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario