¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 32 del tiempo ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Tit 3,1-7):
Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean condescendientes y amables con todo el mundo. Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.
Salmo responsorial: 22
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas
me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me
sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré
en la casa del Señor por años sin término.
Versículo antes del Evangelio (1Tes 5,18):
Aleluya. Dad gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que vosotros hagáis. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 17,11-19):
Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los
confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su
encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la
voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les
dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado,
se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los
pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús
y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha
habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo:
«Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
Comentario
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la
escena mencionada más arriba, con un aire realista, en la persona de tantos
marginados como hay en nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos
para encontrar en ellos la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los
leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos
diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc
17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido
acercarse a la gente («se pararon a distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de
los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes,
drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús
quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos
pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús.
Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de
Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión
de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y
confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho,
sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15).
Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente
sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor
brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto,
nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la
familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...?
¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar
de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor
vivencia de cada día.
P. Conrad J. MARTÍ i Martí OFM (Valldoreix, Barcelona, España)
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