¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este lunes de la décima semana del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice...
Lunes, 7 de junio de 2021
Primera lectura
Comienzo de la segunda carta del apóstol san Pablo a los
Corintios (1,1-7):
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la
Iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los santos que residen en toda
Acaya: os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo. ¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el
punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con
ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo
rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. Si
nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento, es
para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos
que padecemos nosotros. Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que
si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Gustad
y ved qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le
acercaron.
Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos
, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a vosotros.»
Palabra del Señor
Reflexión
(Año I) 2 Corintios 1,1-7
Durante dos semanas leemos en la Misa una selección de la segunda carta de Pablo a los cristianos de Corinto, la populosa ciudad griega donde él había fundado una comunidad, durante su prolongada estancia de los años 50-52. Esta carta la escribe hacia el 57 y refleja los problemas que a su corazón de apóstol le ocasionaba aquella comunidad.
Ya en la primera carta se trataban temas muy vivos: abusos, consultas, la marcha de las asambleas litúrgicas, las dudas sobre la resurrección. En la segunda se refleja otra serie de dificultades.
Esta carta de Pablo es muy personal. En ella se retrata muy vivamente a sí mismo, con sus problemas y alegrías. De principio a fin de la carta, presenta una apología encendida de su ministerio apostólico, porque algunos lo atacaban y, por tanto, se corría peligro de que llegaran a menospreciar u olvidar el evangelio que les había anunciado.
a) La carta comienza con un saludo de Pablo, que desea la gracia y la paz del Padre y del Señor Jesucristo «a la Iglesia de Dios que está en Corinto».
En seguida refleja las contradicciones que ha encontrado en esa comunidad: habla de luchas y sufrimientos. Pero las palabras que más veces aparecen son: «consuelo», «consolación», «aliento», «ánimo», «esperanza». Prevalece la confianza en Dios: en él ha encontrado Pablo la fuente de su fuerza. Aunque haya sufrido tribulaciones, «ha rebosado en proporción más el ánimo».
Más aun: como se siente confortado por Dios, a su vez quiera ser el animador y alentador de los Corintios: «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios», «si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo». Esa es la misión de un apóstol.
El salmo destaca la bondad de Dios: «gustad y ved qué bueno es el Señor», «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias». Ahí está la raíz de la esperanza de un apóstol: la confianza en Dios.
b) Seguramente, tampoco a nosotros nos resulta fácil la vida. Tenemos nuestras luchas particulares y experimentamos de diversas maneras el sufrimiento.
Imitando a Pablo, ¿se puede decir que prevalecen los ánimos en nuestra historia de cada día? ¿sabemos encontrar en Cristo Jesús la fuerza para seguir adelante? ¡Qué confianza en Dios demuestra Pablo cuando habla de él como «Padre de misericordia y Dios del consuelo: él nos alienta en nuestras luchas»!
En la vida nos toca experimentar consuelos y penas, pobreza y abundancia, éxitos y fracasos. Pues bien, tanto cuando nos toca sufrir como en los momentos de alegría, nos deberíamos sentir, como Pablo, unidos a Cristo: «si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo». ¿Podemos rezar nosotros con el salmo: «me libró de todas mis ansias... gustad y ved qué bueno es el Señor»? Podríamos rezar hoy, serenamente, como oración personal, este hermoso salmo 33.
Pero hay otro aspecto: ¿sabemos ser animadores, repartidores de aliento, como Pablo? Ojalá podamos decir que vivimos «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios»: confortados por la cercanía de Dios, confortar a los demás, en nuestra familia o en nuestra comunidad, porque seguramente están igual o peor que nosotros.
2. Mateo 5,1-12
Durante tres meses -de la semana X a la XXI del Tiempo Ordinario-, vamos a seguir diariamente el evangelio de Mateo, después de haber leído durante nueve semanas el de Marcos.
Empezamos en su capítulo 5, con el sermón de la montaña, porque los cuatro primeros -la infancia y la manifestación de Jesús, con la llamada de los primeros discípulos- los escuchamos ya en la Navidad y semanas siguientes.
El sermón de la montaña -capítulos 5-7 de este evangelio- es el primero de los cinco grandes «discursos» que Mateo reproduce en su evangelio, recogiendo así, para bien de sus lectores, las enseñanzas que Jesús dirigió a sus discípulos a lo largo de su ministerio.
Los otros serán el de la misión (cap. 10), las parábolas (cap. 13), las enseñanzas sobre la vida comunitaria (cap. 18) y el discurso escatológico (caps. 24-25).
a) Empezamos bien, con las bienaventuranzas, la «carta magna» del Reino. Jesús anuncia ocho veces a sus seguidores la felicidad, el camino hacia el proyecto de Dios, que siempre ha sido proyecto de vida y de felicidad. Como Moisés, desde el monte Sinaí, anunció de parte de Dios el decálogo de la Alianza a su pueblo, ahora Jesús, el nuevo y definitivo Moisés, en la montaña propone su nuevo código de vida.
Ahora bien: este camino que nos enseña Jesús es en verdad paradójico: llama felices a los pobres, a los humildes, a los de corazón misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón. Naturalmente, la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución. Sino en lo que esta actitud de apertura y de sencillez representa y en el premio que Jesús promete.
Los que son llamados bienaventurados por Jesús son los «pobres de Yahvé» del AT, los que no son autosuficientes, los que no se apoyan en sí mismos, sino en Dios. A los que quieran seguir este camino, Jesús les promete el Reino, y ser hijos de Dios, y poseer la tierra.
b) Todos buscamos la felicidad. Pero, en medio de un mundo agobiado por malas noticias y búsquedas insatisfechas, Jesús nos la promete por caminos muy distintos de los de este mundo. La sociedad en que vivimos llama dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a los que ríen, a los que consiguen satisfacer sus deseos. Lo que cuenta en este mundo es pertenecer a los VIP, a los importantes, mientras que las preferencias de Dios van a los humildes, los sencillos y los pobres de corazón.
La propuesta de Jesús es revolucionaria, sencilla y profunda, gozosa y exigente. Se podría decir que el único que la ha llevado a cabo en plenitud es él mismo: él es el pobre, el que crea paz, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido.
Y, ahora, está glorificado como Señor, en la felicidad plena.
Desde hace dos mil años, se propone este programa a los que quieran seguirle, jóvenes y mayores, si quieren alcanzar la felicidad verdadera y cambiar la situación del mundo. Las bienaventuranzas no son tanto un código de deberes, sino el anuncio de dónde está el tesoro escondido por el que vale la pena renunciar a todo. Más que un programa de moral, son el retrato de cómo es Dios, de cómo es Jesús, a qué le dan importancia ellos, cómo nos ofrecen su salvación. Además, no son promesa; son, ya, felicitación.
Pensemos hoy un momento si estamos tomando en serio esta propuesta: ¿creemos y seguimos las bienaventuranzas de Jesús o nos llaman más la atención las de este mundo? Si no acabamos de ser felices, ¿no será porque no somos pobres, sencillos de corazón, misericordiosos, pacíficos, abiertos a Dios y al prójimo?
Empezamos el evangelio de Mateo oyendo la bienaventuranza de los sencillos y los misericordiosos, y lo terminaremos escuchando, en el capitulo 25, el éxito final de los que han dado de comer y visitado a los enfermos. Resulta que las bienaventuranzas son el criterio de autenticidad cristiana y de la entrada en el Reino.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-15
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