¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este sábado en que
celebramos la fiesta de la Presentación del Señor.
Dios nos bendice...
LECTIO DIVINA:
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Lectio:
Sábado, 2 febrero, 2019
Lucas 2, 22-40
1. Oración inicial
¡Oh Dios, nuestro Creador
y Padre! Tú has querido que tu Hijo, engendrado antes de la aurora del mundo,
fuese miembro de una familia humana; revive en nosotros la veneración por el
don y el misterio de la vida, para que los padres se sientan partícipes de la
fecundidad de tu amor, los ancianos donen a los jóvenes su madura sabiduría y
los hijos crezcan en sabiduría, piedad y gracia, para gloria de tu Santo
Nombre. Amén.
2. Lectura: Lucas 2,
22-40
22 Cuando se cumplieron
los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a
Jerusalén para presentarle al Señor, 23 como está escrito en la Ley del
Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor 24 y
para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones,
conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
30 porque han visto mis ojos tu salvación,
31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
32 luz para iluminar a las gentes
y gloria de tu pueblo Israel.»
33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción -35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, 37 y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
30 porque han visto mis ojos tu salvación,
31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
32 luz para iluminar a las gentes
y gloria de tu pueblo Israel.»
33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción -35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, 37 y luego quedó viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.
3. Un momento de
silencio orante
- para que la Palabra de
Dios pueda morar en nosotros y la dejemos iluminar nuestra vida;
- para que antes de
nuestros comentarios, sea la misma luz de la Palabra la que se imponga y brille
con su misterio de presencia viviente del Señor.
4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la
meditación y en la oración.
a) ¿Por qué Jesús, hijo
del Altísimo, y su madre María, concebida sin pecado, deben someterse a las
prescripciones de Moisés? ¿Quizás porque María no tenía todavía conciencia de
su inocencia y santidad?
b) Además de las palabras
de Simeón, en su forma de obrar, como también en el de la profetisa Ana ¿hay un
significado especial? Su obrar y su alegría, ¿no recuerdan quizás el estilo de
los antiguos profetas?
c) ¿Cómo explicar esta
"espada que traspasa": se trata de una herida de las conciencias ante
los retos y los requerimientos de Jesús? ¿ O, más bien, se trata sólo de un
íntimo sufrimiento de la Madre?
d) ¿Puede significar algo
esta escena para los padres de hoy, para la formación religiosa de sus hijos,
para el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de sus hijos, para los miedos y
angustias que los padres llevan en el corazón pensando qué sucederá cuando sean
grandes sus hijos?
5. Una clave de lectura
para aquéllos que quieran
profundizar más en el tema.
a) Según la ley de
Moisés / del Señor: es una especie de estribillo, muchas veces repetido.
Lucas mezcla dos prescripciones, sin mucha distinción. La purificación de la
madre era prevista por el Levítico (12,2-8) y se cumplía
cuarenta días después del parto. Hasta ese momento la mujer no podía acercarse
a los lugares sagrados, y la ceremonia era acompañada de una ofrenda de
animales pequeños, un cordero primal y un pichón o una tórtola. Sin embargo, la
consagración del primogénito estaba prescrita en el Éxodo 13, 11-16: y era
considerada una especie de "rescate" – también con la ofrenda de
pequeños animales – en recuerdo de la acción salvífica de Dios cuando libró a
los israelitas de la esclavitud de Egipto. En toda la escena los padres
aparecen como en el acto de presentar / ofrecer el hijo como se hacía con las
víctimas y los levitas; mientras en la figura de Simeón y Ana aparece más bien
Dios que ofrece /presenta al hijo para la salvación del pueblo.
b) Las figuras de
Simeón y Ana: son figuras cargadas de valor simbólico. Ellos tienen la
tarea del reconocimiento, que proviene tanto de la iluminación y
del movimiento del Espíritu, como también de una vida llevada en la espera más
intensa y confiada. En particular a Simeón se le define como
el "prosdekòmenos", a saber, uno que está todo concentrado en la
espera, uno que va al encuentro para acoger. Por eso, él también aparece
obediente a la ley, la del Espíritu, que lo empuja hacia el Niño, dentro del
templo.
También el cántico proclama
manifiestamente esta su pro-existencia: ha vivido para llegar a este momento:
ahora se marcha, para que otros vean también la luz y la salvación para Israel
y para las gentes. A su vez Ana, con su avanzada edad (valor simbólico : 84 =
7x12: el doce es el número de las tribus; o también 84–7= 77, perfección
redoblada), pero sobretodo con su modo de vivir (ayuno y oración) y con la
proclamación de quien "esperaba", completa el cuadro. Ella es guiada
por el espíritu de profecía, dócil y purificada en el corazón. Además,
pertenece a la tribu más pequeña, la de Aser: signo de que los pequeños y los
débiles están más dispuestos a reconocer a Jesús el Salvador. Estos dos
ancianos – que son como una pareja original – son símbolos del mejor judaísmo,
de la Jerusalén fiel y dócil, que espera y se alegra, y que deja desde ahora en
adelante brillar la nueva luz.
c) Una espada que
traspasa: en general se interpreta como anuncio de sufrimiento para María,
un drama visualizado de la Dolorosa. Pero debemos más bien entender aquí a la
Madre como el símbolo de Israel: Simeón intuye el drama de su pueblo, que será
profundamente herido de la palabra viva y cortante del redentor (cfr Lc 12,
51-53). María representa el recorrido. Debe confiar pero atravesará dolores y
obscuridad, luchas y silencios angustiosos. La historia del Mesías sufriente
será dilacerante para todos, también para la Madre: no se sigue a la nueva luz
destinada al mundo entero, sin pagar el precio, sin ser provocados a tomar
decisiones de riesgo, sin renacer siempre de nuevo de lo alto y en novedad.
Pero estas imágenes de "la espada que traspasa," del niño "que
hará caer" y sacará a los corazones del sopor, no van separadas del gesto
tan cargado de sentido de los dos ancianos: el uno, Simeón, toma entre los brazos
el niño, para indicar que la fe es encuentro y abrazo, no idea o teorema: la
otra, se hace anunciadora y enciende en "los que esperan" una
fulgurante luz.
d) La vida
cotidiana, epifanía de Dios: finalmente, es interesante notar que todo el
episodio da relieve a las situaciones más simples y familiares: la pareja de
esposos con el niño en brazos; el anciano que goza y abraza; la anciana que
reza y anuncia, los oyentes que aparecen indirectamente comprometidos. También
la conclusión del pasaje escriturístico hace entrever el pueblo de Nazaret, el
crecimiento del niño en un contexto normal, la impresión de un niño dotado de
forma extraordinaria de sabiduría y bondad. El tema de la sabiduría entrelazada
con la vida normal de crecimiento y en el contexto del pueblo, deja la historia
como suspendida: ella se reabrirá precisamente con el tema de la sabiduría del
muchacho entre los doctores del templo. Y es precisamente también el episodio
que sigue inmediatamente (Lc 2, 41-52).
6. Salmo 122 (123)
¡Qué alegría cuando me dijeron:
Vamos a la Casa del Señor!
¡Finalmente pisan nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén!
Jerusalén, ciudad edificada
toda en perfecta armonía,
adonde suben las tribus,
las tribus del Señor,
según costumbre en Israel,
a dar gracias al nombre del Señor.
Allí están los tronos para el juicio,
los tronos de la casa de David.
Invocad la paz sobre Jerusalén,
vivan tranquilos los que te aman,
haya calma dentro de tus muros,
que tus palacios estén en paz.
Por amor de mis hermanos y amigos
quiero decir: ¡La paz contigo!
Por la Casa del Señor, nuestro Dios,
pediré todo bien para ti.
7. Oración final
Te alabamos y Te
bendecimos, oh Padre, porque mediante tu Hijo, nacido de mujer por obra del
Espíritu Santo, nacido bajo la ley, nos has rescatado de la ley y has llenado
nuestra existencia de luz y esperanza nueva. Haz que nuestras familias sean
acogedoras y fieles a tus proyectos, ayuden y sostengan en los hijos los sueños
y el nuevo entusiasmo, lo cubran de ternura cuando sean frágiles, lo eduquen en
el amor a Ti y a todas las criaturas. A Ti nuestro Padre, todo honor y gloria.
Orden de los Carmelitas
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