¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este jueves de la
26ª semana del Tiempo Ordinario. Ciclo B. Hoy celebramos la memoria de San Francisco
de Asís.
Dios nos bendice...
LECTIO DIVINA: LUCAS
10,1-12
Lectio:
Jueves, 4 octubre, 2018
Tiempo Ordinario
1) Oración
inicial
¡Oh Dios!, que manifiestas
especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente
sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos
los bienes del cielo. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Lucas 10,1-12
Después de esto, designó
el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas
las ciudades y sitios adonde él había de ir. Y les dijo:
«La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: `Paz a esta casa.' Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: `El Reino de Dios está cerca de vosotros.' En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: `Sacudimos sobre vosotros hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies. Sabed, de todas formas, que el Reino de Dios está cerca.' Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.
«La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: `Paz a esta casa.' Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: `El Reino de Dios está cerca de vosotros.' En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: `Sacudimos sobre vosotros hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies. Sabed, de todas formas, que el Reino de Dios está cerca.' Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.
3) Reflexión.
• El contexto. El cap. 10,
que empieza con nuestro pasaje, presenta un carácter de revelación. En 9, 51 se
dice que Jesús “se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”. Este camino,
expresión de su ser filial, se caracteriza por una acción doble: están
estrechamente unidos el “ser quitado” de Jesús (v.51) y su “venida” mediante la
invitación de sus discípulos (v.52); hay una ligazón en el doble movimiento:
“ser quitado del mundo” para ir al Padre, y ser enviado a los hombres. De hecho
sucede a veces que el enviado no es atendido (v.52) y por tanto debe aprender a
“entregarse” sin por desistir ante el rechazo de los hombres (9,54-55). Tres
breves escenas ayudan al lector a comprender el significado del seguimiento de
Jesús, que va a Jerusalén para ser quitado del mundo. En la primera, se presenta
un hombre que desea seguir a Jesús a dondequiera que vaya; Jesús lo invita a
abandonar todo lo que le proporciona bienestar y riqueza. Los que quieran
seguirlo deben compartir con él su condición de nómada. En la segunda, es Jesús
el que toma la iniciativa y llama a un hombre cuyo padre acaba de morir. El
hombre pide una dilación de la llamada para atender a su deber de sepultar a su
padre. La urgencia del anuncio del reino supera a este deber: la preocupación
por sepultar a los muertos resulta inútil porque Jesús va más allá de las
puertas de la muerte y esto lo realiza incluso en los que lo siguen.
Finalmente, en la tercera escena, se presenta a un hombre que se ofrece
espontáneamente a seguir a Jesús, pero pone una condición: saludar antes a sus
padres. Entrar en el reino no admite demoras. Después de esta renuncia, la
expresión de Lc 9,62, “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es
apto para el reino de Dios”, introduce el tema del cap. 10.
• Dinámica del relato. El
pasaje objeto de nuestra meditación empieza con expresiones muy densas. La
primera, “Después de esto”, remite a la oración de Jesús y a su firme decisión
de ir a Jerusalén. La segunda, respecta al verbo “designar”: “designó a otros
setenta y dos y los envió…” (10.1), precisando que los envía delante de sí, es
decir, con la misma resolución con la que él se encamina a Jerusalén. Las
recomendaciones que Jesús les da antes de enviarlos son una invitación a ser
conscientes de la misión a la que se les envía: la mies abundante en contraste
con el número exiguo de obreros. El Señor de la mies llega con toda su fuerza,
pero la alegría de su llegada se ve impedida por el reducido número de obreros.
De aquí, la invitación categórica a la oración: “Rogad al Dueño de la mies que
envíe obreros a su mies” (v.2). La iniciativa de enviar a la misión es
competencia del Padre, pero Jesús da la orden: “Id”, indicando después el modo
de seguir (vv.4-11). Empieza con el equipamiento. Ni bolsa, ni alforja, ni
sandalias. Estos elementos manifiestan la fragilidad del que es enviado y su
dependencia de la ayuda que viene del Señor y de los habitantes de la ciudad.
Las prescripciones positivas se resumen, en primer lugar, en la llegada a la
casa (vv.5-7) y después en el éxito en la ciudad (v.8-11). En ambos casos no se
excluye el rechazo. La casa es el lugar en el que los misioneros tienen los
primeros intercambios, las primeras relaciones, valorando los gestos humanos
del comer, del beber y del descanso, como mediaciones sencillas y normales para
comunicar el evangelio. La paz es el don que precede a la misión, es decir, la
plenitud de vida y de relaciones; la alegría verdadera es el signo que
caracteriza la llegada del Reino. No hay que buscar la comodidad, es
indispensable ser acogidos. La ciudad, sin embargo, es el campo más extenso de
la misión en el que se desenvuelve la vida, la actividad política, las
posibilidades de conversión, de acogida o de rechazo. A este último aspecto se
une el gesto de sacudirse el polvo (vv.10-11), como si los discípulos, al
abandonar la ciudad que los ha rechazado, dijesen a sus habitantes que no se
han apoderado de nada, o también podría indicar el cese de las relaciones. Al
final, Jesús recuerda la culpabilidad de la ciudad que se cierre a la
proclamación del evangelio (v.12).
4) Para la reflexión
personal
• Cada día el Señor te
invita a anunciar el Evangelio a tus íntimos (la casa) y a los hombres (la
ciudad). ¿Adoptas un estilo pobre, esencial, al testimoniar tu identidad
cristiana?
• ¿Eres consciente de que
el éxito de tu testimonio no depende de tus capacidades personales, sino sólo
del Señor que envía y de tu disponibilidad?
5) Oración final
«Busca su rostro».
Sí, Señor, tu rostro busco:
no me ocultes tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación. (Sal 27,8-9)
Sí, Señor, tu rostro busco:
no me ocultes tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación. (Sal 27,8-9)
Orden de los Carmelitas
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