¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, a través del método
de la lectio divina, en este martes de la quinta semana de Cuaresma.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Números 21,4-9
Los israelitas
partieron del monte Hor camino del mar de las cañas, rodeando el territorio de
Edom. En el camino, el pueblo comenzó a impacientarse y a murmurar contra el
Señor y contra Moisés, diciendo:
- ¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para
hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos
de este pan tan liviano.
El Señor envió entonces
contra el pueblo serpientes muy venenosas que les mordían. Murió mucha gente de
Israel, y el pueblo fue a decir a Moisés:
- Hemos pecado al murmurar contra el Señor y
contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.
Moisés intercedió por
el pueblo, y el Señor le respondió:
- Hazte una serpiente de bronce, ponla en un
asta, y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.
Moisés hizo una
serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una
serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
El fragmento presenta otro episodio de protesta del pueblo durante el Éxodo. Los israelitas, agotados por el viaje, nunca satisfechos con los signos de poder y providencia que el Señor les manifiesta, murmuran contra Dios y contra su mediador, Moisés. Viene el castigo -las picaduras de serpientes venenosas ("ardientes")-, pero pronto se transforma en misericordia. El recurso es la serpiente de bronce alzada en un estandarte, a la que miraban con fe, para curarse de las mordeduras letales. Si no estuviese en el contexto de este episodio, sería ciertamente un gesto idolátrico. La tradición yahvista vincula este objeto de culto, que luego destruirá el rey Ezequías (cf. 2 Re 18,4), a la sabia pedagogía de YHWH. Por la mediación de Moisés, ofreció a su pueblo la posibilidad de evitar ceder a los cultos de las naciones paganas vecinas, que veneraban de un modo particular a las serpientes.
Gracias a tal
legitimación, la serpiente elevada en el estandarte se convierte en un signo
que se prolonga y cumple en el Evangelio (cf. Jn 3,14). Si para el pueblo en el
desierto el sino que expresa la misericordia de Dios poniendo remedio al
castigo, en el Evangelio Cristo, exaltado en la cruz, muestra a la vez el
castigo y la misericordia. Jesús, el cordero inmolado en la cruz, es el castigo
de Dios por nuestro pecado y, a la vez, la mayor manifestación del poder divino
que sana del pecado.
Evangelio: Juan 8,21-30
De nuevo les dijo
Jesús:
- Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en
vuestro pecado. Vosotros no podéis venir a donde yo voy.
Los judíos comentaban
entre sí:
- ¿Pensará suicidarse y por eso dice:
"Vosotros no podéis venir a donde yo voy"?
Entonces Jesús declaró:
- Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba;
vosotros pertenecéis a este mundo, yo no. Por eso os dije que moriríais en
vuestros pecados. Porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros
pecados.
Entonces ellos le
preguntaron:
- Pero ¿quién eres tú?
Jesús les respondió:
- Precisamente es lo que os estoy diciendo desde
el principio. Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros. Pero lo
que yo digo al mundo es lo que oí de aquel que me envió y él dice la
verdad.
Ellos, no obstante, no
cayeron en la cuenta de que les estaba hablando del Padre. Por eso Jesús
añadió:
- Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre,
entonces reconoceréis que yo soy. Yo no hago nada por mi propia cuenta,
solamente enseño lo que aprendí del Padre. El que me envió está conmigo y
no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Cuando les exponía
esto, muchos creyeron en él.
El nuevo conflicto con los jefes de los judíos se sitúa en el área del templo y está escalonado por la revelación de la divinidad de Jesús ("Yo soy"), repetida en los vv. 24.28. De nuevo se brinda a los judíos la posibilidad de aclarar el misterio del Hijo del hombre (cf. Dn 7,13). Pero ellos lo rechazan obstinadamente entendiendo mal las afirmaciones sobre su inminente partida (vv. 21-24) y las afirmaciones sobre su identidad (vv. 25-29) como enviado de Dios y su revelador definitivo (cf. Jn 5,30; 6,38).
¿Cómo es posible una
incomprensión tan grande? Porque ellos son "de aquí
abajo", "de este mundo" (v.
23), mientras que él es "de allá arriba": un
abismo media entre ellos. Sólo la fe lo puede llenar, porque hace que elevemos
las miras. Y Jesús nos invita precisamente a eso. A pesar de todo, continuaron
los malentendidos: "ellos no comprendieron".
Jesús es signo de
contradicción, y lo será sobre todo cuando sea elevado en la cruz, donde, dando
cumplimiento al designio de salvación, revelará los pensamientos secretos del
corazón y manifestará plenamente su identidad de Hijo que dice y hace siempre
lo que agrada al Padre. Y mientras se va profundizando el distanciamiento con
los adversarios, la perícopa evangélica concluye con una inesperada nota de
esperanza: "Cuando les exponía esto, muchos creyeron en
él" (v 30).
MEDITATIO
Al leer atentamente los
grandes textos del evangelio de Juan, nos sentimos un poco
perdidos. Se condensan muchas ideas que a veces parecen casi contradictorias.
Por ejemplo, Jesús dice: "Donde voy yo, vosotros no
podéis venir". ¿Por qué? Porque no creemos
suficientemente. La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus
discípulos: "Donde yo voy, no podéis seguirme ahora; me seguiréis
más tarde" (cf. Jn 13,36)? ¿Sólo le podremos seguir después de
nuestra muerte corporal? Creer y esperar con amor es ir donde Jesús se
encuentra siempre, junto al Padre.
En el contexto, Jesús
alude a la salvación por medio de la cruz. Los medios de gracia derivados de la
cruz nos permiten encaminar nuestros pasos por el sendero justo. Es cierto que
no podemos ir donde Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser
artífices de nuestra propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por
el pecado, se elevan al que, como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en
este intercambio de miradas -porque él también nos mira desde lo alto de la
cruz- descubriremos no sólo que estamos en el buen camino, sino también que ya
ha comenzado nuestra felicidad eterna.
Cuando adoremos la cruz el
Viernes Santo, podremos recordar dos expresiones de la lectura de hoy: el que
miraba a la serpiente "quedaba curado" (Nm
21,9) y "sabréis que yo soy" (Jn
8,28). Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino,
la verdad, la vida.
ORATIO
Oh Padre, Dios de amor y
de piedad, tú te has compadecido del hombre y no le has dejado perecer
encerrado en la dureza de su pecado y de sus rebeliones. Ya en el Antiguo
Testamento quisiste que la serpiente, portadora de muerte, se transformase, por
tu gracia, en medio de curación.
Más aún: has permitido que
tu Hijo amado asumiese en su cuerpo todo el horror del pecado para que el que
lo contemple no vea ya en el duro suplicio de la cruz -culmen y síntesis de la
crueldad humana- la ignominia del desprecio, sino el misterio de un amor sin
medida. Enséñanos a creer siempre que eres Padre y que no hay una experiencia
desoladora de muerte ni horror de pecado que no pueda convertirse, por el
misterio de tu compasión omnipotente, en lugar de manifestación de tu
misericordia, signo de vida y de esperanza.
CONTEMPLATIO
Sí, aquí estamos para
contemplar. Por muy atroz que sea la imagen de Jesús crucificado, nos sentimos
atraídos por este varón de dolores. Estamos persuadidos de estar ante una
revelación que trasciende la imagen sensible: la revelación intencional de un
símbolo, de un tipo, de una personificación extrema del sufrimiento humano.
Jesús, el Cristo, quiso presentarse así. ¡Aquí el dolor aparece consciente! ¡La
terrible pasión estaba prevista! La vejación y deshonra de la cruz se sabía de
antemano. Jesús es el que "conoce la enfermedad" en
toda su extensión, en toda su profundidad e intensidad. Y esto basta para que
sea hermano del hombre que gime y sufre; hermano mayor, hermano nuestro. Jesús
detenta un primado que concentra la simpatía, la solidaridad, la comunión del
hombre que padece.
Jesús murió inocente
porque quiso. ¿Por qué quiso? Aquí está la clave de toda esta tragedia: él ha
querido asumir la expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en
sustitución nuestra. Sí, él es "el cordero de Dios que quita el
pecado del mundo". Él se sacrificó por nosotros. Se entregó por
nosotros. Y así es nuestra salvación. Por eso el crucificado fija nuestra
atención (Pablo VI, Meditazione sulla passione, en id., Meditazioni
inedite, Roma 1993, 31ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: "Nuestros ojos están fijos en el
Señor" (Sal 122,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Una de las verdades del
cristianismo, hoy olvidada por todos es que lo que salva es la mirada. La
serpiente de bronce ha sido elevada a fin de que Ios hombres que yacen
mutilados en el fondo de la degradación la miren y se salven.
Es en los momentos en que
uno se encuentra -como suele decirse-mal dispuesto o incapaz de la elevación
espiritual que conviene a las cosas sagradas, cuando la mirada dirigida a la
pureza perfecta es más eficaz. Pues es entonces cuando el mal, o más bien la
mediocridad, aflora a la superficie del alma en las mejores condiciones para
ser quemada al contacto con el fuego.
El esfuerzo por el que el
alma se salva se asemeja al esfuerzo por el que se mira, por el que se escucha,
por el que una novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento. Por
el contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo análogo al esfuerzo
muscular.
La voluntad corresponde al
nivel de la parte natural del alma. El correcto ejercicio de la voluntad es una
condición necesaria de salvación, sin duda, pero lejana, inferior, muy
subordinada, puramente negativa. El esfuerzo muscular realizado por el
campesino sirve para arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua
hacen crecer el trigo. La voluntad no opera en el alma ningún bien.
Los esfuerzos de la
voluntad sólo ocupan un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas.
Allí donde no hay obligación estricta hay que seguir la inclinación natural o
la vocación, es decir, el mandato de Dios. Y en los actos de obediencia a Dios
se es pasivo; cualesquiera que sean las fatigas que Ios acompañen, cualquiera
que sea el despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada
análogo al esfuerzo muscular; hay solamente espera, atención, silencio,
inmovilidad a través del sufrimiento y la alegría. La crucifixión de Cristo es
el modelo de todos los actos de obediencia (S. Weil, A la espera de
Dios, Madrid 1993, 159s passim).
http://www.mercaba.org/LECTIO/CUA/semana5_martes.htm
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