¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario,
en este miércoles
de la 4ª semana del Tiempo Ordinario.
Hoy
recordamos a San Juan Bosco, presbítero y fundador de los Salesianos. Nuestra felicitación
a esta benemérita comunidad y nuestras oraciones para que continúen haciendo
tanto bien al estilo de Don Bosco.
Dios
nos bendice...
Primera lectura
Lectura del segundo
libro de Samuel (24,2.9-17):
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres dias de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó: «¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»
Palabra de Dios
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres dias de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó: «¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 31,1-2.5.6.7
R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
Evangelio
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
Comentario
1.
Pecar tiene consecuencias
1.1
Muchas cosas del Antiguo Testamento pueden parecernos injustas, mágicas o
primitivas, según los ojos modernos. Es injusto que una persona haga algo y
otras paguen, como lo que vemos en la primera lectura de hoy. Suena a mágico
eso de que Dios haga depender de un diálogo la suerte de todo un pueblo. Y es
muy primitivo, para nuestra perspectiva, que los problemas se aborden desde el
ángulo sobrenatural. Para nosotros, una plaga es una plaga y quien tiene que
intervenir es el ministerio de salud, o como se llame en cada país. Según todo
eso como que no tendríamos mucho que aprender de la lectura primera de hoy.
1.2
Pero sí hay mucho que aprender: sobre todo, que el pecado tiene consecuencias y
que esas consecuencias no son sólo personales sino que afectan en realidad y a
fondo la historia de otras personas. Si cada gobernante meditara que su corazón
es el lugar donde tiene que encontrarse con la verdad de su conciencia y con la
voz de Dios, ¿no es verdad que tendríamos mejores gobiernos y gobernantes?
2.
Poca fe, pocos milagros
2.1
Si alguien sana enfermos imponiendo las manos la cosa resulta tan maravillosa
que lo más probable es que pronto le veamos reunir multitudes. Para el
evangelista del texto de hoy, en cambio, algo así casi ni merece el nombre de
"milagro", ya que escribe que en su tierra [Jesús] "no pudo
hacer allí ningún milagro; tan sólo sanó a unos pocos enfermos, imponiéndoles
las manos". Por lo visto Jesús los había acostumbrado a un ritmo de hechos
maravillosos, a un río de gracia que parecía menguarse ante un medio hostil de
incredulidad.
2.2
Puede parecer simplista en exceso pero la regla que rige en esto es: no fe, no
milagros. No se me critique si parece demasiado elemental, puesto que Jesús
dijo: "Hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y en varias
ocasiones dijo con total sencillez: "tu fe te ha curado" (Mt 9,22; Mc
10,52; Lc 17,19; 18,42; Hch 14,9). Es decir: no nos engañemos; enfrentémoslo:
llevamos una vida mediocre en muchos aspectos porque tenemos una fe mediocre en
muchos aspectos. La solución es suplicar, clamar por el don de la fe y poner en
práctica esa fe, porque en ejercicio, crece y se hace fuerte.
San Juan Bosco
En 1815 nació en Piamonte, Italia. A los dieciséis años
ingresó en el Seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para
reunir el dinero y los vestidos indispensables.
Después de haber recibido el
Diaconado, Juan Bosco pasó al Seminario Mayor de Turín. Ahí empezó a reunir
todos los domingos, -con la aprobación de sus Superiores-, a un grupo de
chiquillos abandonados de la ciudad en una especie de escuela y lugar de
recreo, al que llamó "Oratorio Festivo".
El primer puesto que ocupó Don Bosco
fue el de Capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas que había
fundado la Marquesa di Barola.
Tiempo después, acabó una escuela
nocturna. Y como el oratorio estaba lleno, abrió dos centros en otros tantos
barrios de Turín.
Por la misma época, empezó a dar
alojamiento a los niños abandonados. Poco más tarde, había ya cuarenta chicos,
la mayoría aprendices que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de
Valdocco.
Cayó pronto en la cuenta de que todo
el bien que hacía por sus chicos, se perdía con las malas influencias del
exterior. Decidió, entonces, construir sus propios talleres de aprendizaje. Los
dos primeros fueron inaugurados en 1853.
Para el año 1856, había ya 150
internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes.
Los externos eran 500.
En diciembre de 1859, Don Bosco y sus
22 compañeros decidieron finalmente organizar la Congregación, cuyas reglas
habían sido aprobadas por Pío IX. Pero, la aprobación definitiva no llegó sino
hasta 15 años después.
La Orden creció rápidamente. En 1863
había 39 salesianos, y a la muerte del
Fundador, eran ya 768.
El siguiente paso del Santo fue la
fundación de una Congregación femenina. Ésta quedó inaugurada en 1872 con la
toma del hábito de 27 jóvenes, a las que llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio
de los Cristianos.
Don Bosco realizó uno de sus sueños al
enviar los primeros misioneros a la Patagonia. Poco a poco los salesianos se
extendieron por toda América del Sur. Tenían 36 casas en el Nuevo Mundo y 38 en
Europa.
Las instituciones salesianas en la
actualidad, comprenden escuelas primaria y segunda enseñanza, seminarios,
escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres de imprenta
y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones y el trabajo pastoral.
San Juan Bosco murió el 31 de enero de
1888. Su canonización tuvo lugar en 1934.
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