¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el
Evangelio y el comentario, en este Domingo XIV del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio
de hoy
Lectura del santo evangelio según
san Mateo (11,25-30):
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor
Comentario
Conocí a Carlos Riesgo en una
comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá, que significa: ¡Ábrete! Una
comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de la fraternidad, a
niños y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a
sus amigos. Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades en
1971 y se han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia existe
una de ellas; lleva unos años de camino lento y pausado, como debe ser el
proceso de cualquier obra que de verdad quiera llegar a ser grande, como las
ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del Evangelio.
Carlos sufre de una parálisis
cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos,
vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a
expresar. Un buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de
semana junto con otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que
estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos
reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo
único que necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté
el reto con mucho gusto.
Ese bendito fin de semana recibí
una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba yo
haciendo unos estudios de doctorado en teología y contaba con un grupo de
distinguidos profesores, llenos de títulos. Sin embargo, el mejor profesor que
tuve durante esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. El necesitaba
apoyo y yo necesité paciencia... mucha paciencia, porque Carlos lo hace todo
lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse en su
silla, arreglarse por las mañanas...
Desacelerarse un fin de semana
completo, para los que vamos por la vida como una moto, no resulta un trabajo
fácil. Y, dentro de lo que hace lentamente, lo que más me costó trabajo fue su
forma de hablar...
Cada vez que Carlos quería decirme
algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de hacer una
frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que
quería decirme, sin dejar que él terminara. Tan pronto lo interrumpía con una
frase que no era la que él estaba tratando de armar; hacía un gesto con la mano
y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse. De nuevo, el hábil
sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía con otra
frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas. Y vuelva a empezar otra
vez. Hasta que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y
esperaba a que Carlos terminara de decir lo que quería decir, a su ritmo,
entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un vaso con agua o que
le alcanzara una fruta...
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de
los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de
júbilo de Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas
personas que la sociedad desprecia o considera inútiles. Son ellos los
depositarios de los secretos del Reino de Dios. Por eso, gracias a Carlos, el
Señor me gritó: ¡Ephetá! para enseñarme a escuchar a los demás sin
interrumpirlos; para aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos.
No sé si he logrado vivir todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar
con Jesús la ocurrencia de Dios de revelarle los misterios del Reino a los más
pequeños, ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir
todos los días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus
mensajes y dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí,
Padre, porque así lo has querido”.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Profesor
Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana –
Bogotá
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