miércoles, 19 de abril de 2017

«Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la octava de Pascua.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.»Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Palabra de Dios

Salmo
Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/.
 Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
les explicó Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. 
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Comentario

En el relato de Emaús encontramos un mismo camino, pero dos sentidos distintos: de Jerusalén a Emaús, el sentido de la desilusión, y de Emaús a Jerusalén, el sentido de la alegría. Una vez más el Evangelio nos invita a lanzar una mirada sobre nuestra vida de fe: ¿Cuál sería  nuestro sentido? ¿El de la desilusión de Emaús o el de la alegría de volver a Jerusalén? Muchas veces nuestra vida es en el sentido hacia Emaús (tristes, desilusionados…) y otras, hacia Jerusalén (de alegría, de gozo, de esperanza…).

Su presencia cambia la tristeza en gozo, la desesperanza en esperanza. Los discípulos vuelven con prisa a Jerusalén, para anunciar el inusitado encuentro que tuvieron con Jesús. Él les alcanzó como un forastero, caminó con ellos como un peregrino; les hizo comprender su vida como un profeta; como Cristo les enseñó los motivos de su entrega por amor; como huésped permaneció con ellos y les dio de su propio pan como un buen anfitrión. Entonces le reconocieron como el Resucitado y testigos de su presencia viva. Y a nosotros hoy, nos enseña que en los caminos de Emaús, por el que muchas veces caminamos, Él se presenta a nosotros y nos hace cambiar radicalmente el sentido de nuestra vida.

El encuentro del “forastero” que se pone al lado de dos de sus discípulos y camina con ellos, nos enseña más una vez que la fe es un itinerario. Así como a los discípulos de Emaús, Jesús también se presenta cercano a nosotros, camina a nuestro lado, tiene interés por nuestra historia, por aquello que a lo largo del camino hablamos, especialmente las desilusiones de la vida, las decepciones que tenemos… y también nos pregunta: ¿De qué venís hablando por el camino? Su pregunta se dirige a cada uno de nosotros hoy.

Se presenta como Profeta. Cuando su palabra llega a nuestro corazón, en la profundidad de nuestro ser, es capaz de hacerla arder en nuestro pecho. Aunque puedan existir circunstancias que impiden su reconocimiento, sabemos que su presencia nos habla y nos deja inquietos.  Como a los discípulos de Emaús, le presentamos los hechos, los detalles de nuestra existencia, Él se presenta como Cristo; nos enseña a mirar el sufrimiento y el dolor con otros ojos, no con teorías, sino como alguien que vivió estas realidades en su propia carne.

Por eso es capaz de enseñarnos el valor salvífico de su entrega por amor, del sufrimiento por amor. Cuando parece que nuestro destino nos separará, que todo terminará en un rato agradable de conversa, Él desea permanecer con nosotros, participar de nuestra intimidad, del compartir el pan, pero nos deja libres para invitarlo o no. Si lo invitamos, se sentará a la mesa, compartirá de su propio pan, y se presentará como el Señor resucitado.

Pidamos a Jesús en este día: “Camina con nosotros Señor, pues muchas veces nos encontramos desilusionados de la vida; enséñanos el sentido de nuestra existencia, principalmente en los momentos de sufrimiento y dolor; quédate con nosotros Señor, pues cuando la noche y la oscuridad existencial lleguen a nuestras vidas, no estaremos solos, sino alegres con tu presencia. Haz de nosotros testigos de tu cercanía en la vida de tantas personas que también caminan hacia el Emaús de las desilusiones”.

Eguione Nogueira cmf


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