¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 4ª semana de
Cuaresma.
Dios nos bendice...
Lucas 11,14-23
En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y,
apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero
algunos de ellos dijeron: "Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el
príncipe de los demonios." Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él,
leyendo sus pensamientos, les dijo: "Todo reino en guerra civil va a la
ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil,
¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder
de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos,
¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces.
Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de
Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus
bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita
las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está
contra mí; el que no recoge conmigo desparrama."
Comentario
La
lucha contra el mal no está desligado de lo que por mal se entienda. En el
judaísmo se entendía como una tendencia innata del ser humano (yetzer ha-ra´)
que no era eliminable sino controlable cumpliendo la Torah; pero igualmente era
innata la tendencia al bien (yetzer ha-tov) y a veces entraban en conflicto
interno. Con el destierro a Babilonia, donde conocen ángeles y demonios, el
conflicto sicológico interno se traslada a uno cósmico externo y dualista, el
cual no hemos logrado superar, a pesar de los evangelios. Satanás, que
significaba un vicegobernador persa, se trasmuta en múltiples nombres y formas
de manera que se identifica con un ser externo, independiente, mentiroso,
engañador, poderoso, disociador, con ejércitos, agente de males, enemigo, en
una confusión tal que hasta al mismo Jesús lo van identificar con él. Satán, el
Diablo, Belcebú, el Malo, el Príncipe de este mundo, Belial, Abadón, Apolón son
todos nombres que se le dan en el Nuevo Testamento.
Pero
más lamentable aún es que la literatura infecta la teología para que el
verdadero mal para el cristiano se presente incluso como bien (ángel de luz
dicen los autores espirituales; so capa de bien dice la literatura;
demonización del otro dice la antropología, sociología y política). En la época
de Jesús se demonizaban las enfermedades de causa desconocida como la mudez, la
sordera, la epilepsia, y se entendía, como en algunos planteamientos
cristianos, como permitido por Dios, prueba de fe, amonestación divina,
disciplina y castigo divino. En esta confusión cae incluso el sufrimiento
humano, entendido como mal: personificar el mal y el bien en lucha final a
muerte, con figuras apocalípticas, ha producido más literatura que sana
teología. La caracterización del mal como metafísico, físico y moral es objeto
de filosofías que nos ayudan pero el enfoque evangélico corre por otro cauce.
En
el Antiguo Testamento no hay posesiones demoníacas, excepto la tristeza
(¿depresión?) de Saúl que era curada con las melodías del arpa de David. Los
demonios que se curaban quemando hiel de pez en el libro de Tobit claramente
reflejan la literatura de Babilonia. Pero en la época de Jesús eran corrientes
en la creencia popular, tanto en Palestina como entre los gentiles. El reinado
de Dios es asociado con la abolición de la anterior forma de pensar, pues no se
construye destruyendo nada ni a nadie sino construyendo un mundo de perdón y
misericordia.
En
respuesta a quienes acusan a Jesús de obrar con el poder de Belcebú (jefe de
los supuestos demonios) les presenta el dilema lógico que encierra: a nivel
externo un reino dividido contra sí mismo se derrumba igual que una casa
(familia) dividida. Belcebú significaba “príncipe de Baal” un epíteto en Canaán
para “señor de los cielos”. También los judíos demonizaban a los dioses
extranjeros como Salman Rushdie hizo con los versos del Corán. En cambio, si el
mal externo no tiene consistencia es que el reinado de Dios ya se hace
presente. Cuando Jesús dice que el mal sale del corazón y Pablo habla del
conflicto que me lleva a no poder hacer el bien que quiero están ubicando la
lucha donde realmente está: en el interior humano.
Hasta
tal punto se toma esto como cierto (así como un creador bueno) que los mismos
demonios son declarados en el Concilio de Letrán como creaturas de Dios, buenos
por naturaleza, aunque hechos malos por sí mismos. Una definición que puede
aplicarse a cualquier ser humano esclavo de sus pasiones. Lo “mudo” en el
relato es el demonio y el que habla es el mudo; los que se admiran son las
gentes que veían todo como un asunto entre demonios; mismos demonios que
confiesan conocer quién es Jesús y éste les prohibía hablar en una confusa
personificación. La mujer encorvada por 18 años atada por satanás, los
oprimidos por otros demonios, demonios impuros, demonio mudo, lo que reciben es
liberación sin entrar en detalles médicos. Parecen responder a lo que ha dicho
en la sinagoga basado en Isaías: «me envió a proclamar libertad a los cautivos»
(Lc 4:18), pues que libere de una cárcel o prisión no aparece en los
evangelios, ni siquiera para Juan el Bautista. Lucas es el evangelista que
menos distingue entre enfermedad y posesión y con facilidad atribuye una
enfermedad al demonio o califica una expulsión como curación. Cuando se dice
que Lucas debió ser médico no pensemos en los galenos de hoy, pues las
curaciones de entonces era una mezcla de ritos, magia y pócimas. Más parecido a
un yerbatero y curandero de hoy. Con el auge de la literatura apocalíptica en
Palestina, motivada en parte por la guerra contra los romanos y la destrucción
del Templo, era creíble que existiera un príncipe del mal como Belcebú, que
gobernaba un imperio perverso dedicado a expandir enfermedades físicas y
mentales para lograr el triunfo del reino de las tinieblas (era el lenguaje de
Qumrán) sobre el reinado de Jesús.
Kierkegaard
con su pasión por el lenguaje parabólico como el más representativo de Jesús
llega a una conclusión que parece paradójica pero que desenmascara muchas ideas
sobre el mal personificado y es que lo demoníaco es el “terror de lo bueno”.
Encontrar la manera de servir a Dios y a Mammón, de guardar la vida ganándola,
de odiar a los enemigos, de atesorar sin compartir, de no volver la otra
mejilla, es la forma real como entra lo demoníaco en la vida del creyente.
Confesarse incapaz o pecador es más honesto. Ser un pecador en la “esclavitud”
del pecado, no es ser demoníaco; lo demoníaco es exactamente lo opuesto; es no
estar liberado para hacer lo bueno.
El
clamor de los endemoniados, o la petición de los poseídos en los evangelios es
el deseo de libertad para obrar el bien o para que se les permita hacerlo, pues
eran condenados igualmente por los demás. Demoniaco es tener lo relativo por
absoluto: el triunfo, el poder, el poseer, el prestigio, la verdad sin caridad,
la autoridad sin misericordia, el acumular sin compartir, el poder sin servir.
Así se camufla el mal, tanto a nivel personal como comunitario. Fuera del
evangelio no tiene sentido el demonio o lo demoníaco y su uso político, social,
económico es mera ideología. En las curaciones Jesús tiene contacto directo con
el enfermo. No hay rito, encantamiento o recetas secretas. Es probable que se
le acuse de obrar en nombre de Belcebú precisamente porque no invoca ninguna
autoridad ni emplea ritual tradicional ninguno. Es que lo demoníaco no se
solucionaba con estos actos que apenas si mostraban compasión con seres
marginados. La verdadera solución a lo demoníaco estaba en toda su vida, sus
enseñanzas, sus parábolas, su pasión, muerte y resurrección. Quien quiera
controlar el Yetzer ha-ra´ o inclinación a satisfacer sus pasiones a costa de
sí mismo y de los demás, no tiene otro remedio que dejar que obre la capacidad
de bien en su vida que no es otra que la gracia, la presencia del Espíritu, el
Resucitado que clama dentro con gemidos inefables (Rm 8:26). Para los demás
males, contamos con médicos, sicólogos y siquiatras; pero el espíritu solo nos
lo cura y fortalece el Evangelio.
Apuntes del Evangelio.
Luis Javier Palacio, S.J.
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