¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra
de Dios y el comentario en este sábado de la primera semana del tiempo
ordinario.
Dios nos bendice...
Carta a los Hebreos 4,12-16.
Hermanos: La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas. Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Salmo 19(18),8.9.10.15.
La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor!
Evangelio según San Marcos 2,13-17.
Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Comentario
a) La carta a los Hebreos aduce dos argumentos para
exhortar una vez más a sus lectores a la fidelidad y la perseverancia.
Ante todo, la fuerza de la Palabra de Dios, que
sigue viva, penetrante, tajante, y nos conoce hasta el tondo. Es como una
espada de dos filos, que llega hasta la juntura de la carne y el hueso, que lo
ve todo. Dios nos conoce por dentro, sabe nuestra intención más profunda. Si
somos fieles nos premiará. Si vamos cayendo en la incredulidad, quedamos
descubiertos ante sus ojos.
El salmo hace eco a la lectura, cantando a esta
Palabra penetrante de Dios: «tus palabras son espíritu y vida», «los mandatos
del Señor son rectos y alegran el corazón». Pero hay un segundo motivo para que
los cristianos no pierdan los ánimos y perseveren en su fidelidad a Dios: la
presencia de Jesús como nuestro Mediador y Sacerdote.
Podemos sentirnos débiles y estar rodeados de
tentaciones, en medio de un mundo que no nos ayuda precisamente a vivir en
cristiano. Pero tenemos un Sacerdote que conoce todo esto, que sabe lo frágiles
que somos los humanos y lo sabe por experiencia. Eso nos debe dar confianza a
la hora de acercarnos a la presencia de Dios.
Jesús, por su muerte, ha entrado en el santuario
del cielo -como el sacerdote del Templo atravesaba la cortina para entrar en el
espacio sagrado interior- y está ante el Padre intercediendo por nosotros. Es
un Sacerdote que es «capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha
sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado».
b) Cada día nos ponemos a la luz de la Palabra viva
y penetrante de Dios. Palabra eficaz, como la del Génesis («dijo y se hizo»).
Nos dejamos iluminar por dentro. Nos miramos a su espejo. Unas veces nos
acaricia y consuela. Otras nos juzga y nos invita a un discernimiento más claro
de nuestras actuaciones. O nos condena cuando nuestros caminos no son los
caminos de Dios. Eso es lo que nos va sosteniendo en nuestro camino de fe.
Nos debería resultar de gran ayuda para superar
nuestros cansancios o nuestras tentaciones de cada día el recordar al Mediador
que tenemos ante Dios, un Mediador que nos conoce, que sabe lo difícil que es
nuestra vida. Él experimentó el trabajo y el cansancio, la soledad y la
amistad, las incomprensiones y los éxitos, el dolor y la muerte.
Puede com-padecerse de nosotros porque se ha
acercado hasta las raíces mismas de nuestro ser. Por eso es un buen Pontífice y
Mediador, y nos puede ayudar en nuestra tentación y en los momentos de
debilidad y fracaso.
Se encarnó en serio en nuestra existencia y ahora nos
acepta tal como somos, débiles y frágiles, para ayudarnos a nuestra maduración
humana y cristiana.
c) La llamada que hace Jesús a Mateo (a quien
Marcos llama Leví) para ser su discípulo, ocasiona la segunda confrontación con
los fariseos. Antes le habían atacado porque se atrevía a perdonar pecados.
Ahora, porque llama a publicanos y además come con ellos.
Es interesante ver cómo Jesús no aprueba las
catalogaciones corrientes que en su época originaban la marginación de tantas
personas. Si leíamos anteayer que tocó y curó a un leproso, ahora se acerca y
llama como seguidor suyo nada menos que a un recaudador de impuestos, un
publicano, que además ejercía su oficio a favor de los romanos, la potencia
ocupante. Un «pecador» según todas las convenciones de la época. Pero Jesús le
llama y Mateo le sigue inmediatamente.
Ante la reacción de los fariseos, puritanos,
encerrados en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, Jesús
afirma que «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a
llamar justos, sino pecadores».
Es uno de los mejores retratos del amor
misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Con una libertad
admirable, él va por su camino, anunciando la Buena Noticia a los pobres,
atendiendo a unos y otros, llamando a «pecadores» a pesar de que prevé las
reacciones que va a provocar su actitud. Cumple su misión: ha venido a salvar a
los débiles y los enfermos.
d) A todos los que no somos santos nos consuela
escuchar estas palabras de Jesús. Cristo no nos acepta porque somos perfectos,
sino que nos acoge y nos llama a pesar de nuestras debilidades y de la fama que
podamos tener.
El ha venido a salvar a los pecadores, o sea, a
nosotros. Como la Eucaristía no es para los perfectos: por eso empezamos
siempre nuestra celebración con un acto penitencial.
Antes de acercarnos a la comunión, pedimos en el
Padrenuestro: «Perdónanos». Y se nos invita a comulgar asegurándonos que el
Señor a quien vamos a recibir como alimento es «el que quita el pecado del
mundo».
También nos debe estimular este evangelio a no ser
como los fariseos, a no creernos los mejores, escandalizándonos por los
defectos que vemos en los demás. Sino como Jesús, que sabe comprender, dar un
voto de confianza, aceptar a las personas como son y no como quería que fueran,
para ayudarles a partir de donde están a dar pasos adelante.
A todos nos gusta ser jueces y criticar. Tenemos
los ojos muy abiertos a los defectos de los demás y cerrados a los nuestros.
Cristo nos va a ir dando una y otra vez en el evangelio la lección de la
comprensión y de la tolerancia.
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 38-42
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 38-42
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