viernes, 29 de julio de 2016

“El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la primera lectura y el Evangelio, así como el comentario, en este viernes en que celebramos la memoria de santa Marta.

Dios nos bendice...

Epístola I de San Juan 4,7-16. 
Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.  
Evangelio según San Juan 11,19-27. 
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". 
Comentario

La memoria litúrgica de Santa Marta, la hermana de Lázaro y María, data del siglo XIII, cuando los franciscanos, custodios de los santos lugares de tierra santa, la introdujeron en el calendario de la iglesia, tal vez impresionados por las ruinas de la basílica cristiana que se levantaba sobre el supuesto lugar de residencia de esta familia de hermanos amigos de Jesús.

La primera lectura, un pasaje conocido de la 1ª carta de Juan, nos habla del motivo que hace admirable a santa Marta, y en general a todos los santos y santas: el amor. Como dice la lectura, no porque ellos hayan amado a Dios, sino porque Dios los amó primero y los redimió por la sangre de su Hijo. “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.

En el caso de santa Marta hay que tomar la frase al pie de la letra. Los evangelios apuntan a que se trataba de amigos de Jesús, que lo hospedaban en su casa, con quienes el Maestro se entretenía en amables conversaciones (Lc 10, 38-42; Jn 11, 1-44), en fin, que lo conocían y lo amaban, porque amor y conocimiento entrañable, simpatía de unos por otros, comprensión y benevolencia, todo va de la mano.

Esta santa amistad, que tal vez comenzó con un gesto de hospitalidad de Lázaro y sus hermanas a favor del Maestro y de sus discípulos, le mereció a santa Marta y a su familia la dicha y la gloria de contemplar el rostro humano de Dios, la imagen de su gloria (cf Col 1, 15). Es cierto: a Dios nadie lo ha visto nunca, sólo el amor nos lo hace cercano, nos introduce en su vida y, al parecer, amor había en la casa de Betania, sentimientos de hospitalidad, capacidad de servicio. En el amor y en la entrega generosa del servicio mutuo, se hacía presente Dios en medio de esta familia singular.

No es inverosímil pensar que Lázaro y sus hermanas Marta y María, hayan sido miembros de una primitiva comunidad cristiana de Betania que se reuniría en su casa.

Y que hayan dado testimonio de su amistad con Jesús, del amor entrañable con el que los distinguió el Señor. Tradiciones legendarias hablan de desplazamientos forzosos e, incluso, de martirio.

El evangelio, tomado del capítulo 11 de san Juan, dedicado a la resurrección de Lázaro, nos presenta el momento en que Marta encuentra a Jesús que, con sus discípulos, se acerca a la aldea en donde hace poco había muerto su amigo. El gesto de Marta parece concordar con su temperamento impulsivo, dado a la actividad, mientras que el de María su hermana, más tranquilo y contemplativo la retiene en el lugar del duelo, rodeada de judíos amigos que les dan el pésame. El diálogo entre Jesús y Marta esta centrado en la idea de la resurrección de los muertos. No era una idea corriente en el mundo anterior al cristianismo. Muchos judíos la consideraban contraria a las más antiguas y veneradas tradiciones, entre ellos los saduceos, aristócratas ricos, satisfechos de los bienes de fortuna y de su posición destacada dentro de la sociedad judía.

En cambio los fariseos, y en general los más piadosos del pueblo, consideraban que Dios la había prometido a los justos, antes del juicio final, para poder darles el premio merecido por sus obras, pues no había recibido durante su vida terrena sino sufrimientos y humillaciones. Entre los paganos la idea de resurrección escatológica de los muertos era impensable dada su manera de concebir al ser humano no era más que una chispa divina, el alma, prisionera en una cárcel destinada a la corrupción: el cuerpo. Esto en el mejor de los casos, porque para muchos paganos la muerte era el inicio de un sueño eterno, en una región oscura donde ni se sufría ni se gozaba, sino que se era como una sobra inanimada.

Marta se le queja a Jesús de no haberse hecho presente más a tiempo: habría evitado la muerte de su hermano. Expresa también una esperanza: ella sabe que lo que Jesús pida al Padre le será concedido. Jesús la consuela afirmando simplemente que Lázaro resucitará. Marta replica que eso lo sabe ella, que resucitará al final de los tiempos. Y esta especie de terquedad que expresa Marta, que no se resigna a la desaparición de su hermano, le arranca a Jesús las palabras sublimes que hoy son nuestra firme esperanza y nuestro consuelo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que esta vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.

Ante tamaña revelación Marta se pliega: Prorrumpe en una confesión de fe que aún hoy, veinte siglos después, expresa perfectamente la fe de la Iglesia: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica). 

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