¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 10a semana del Tiempo
Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Mateo 5,27-32.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
Comentario
Jesús sigue corrigiendo o
aboliendo puntos de la Ley antigua y de la interpretación que hacían de ella
los fariseos y letrados. Ayer decía: no basta con no matar; hay que impedir que
comience en el corazón del ser humano el proceso que conduce a la
muerte-eliminación del otro: tratar con coraje al otro, insultarlo, llamarlo
“renegado”... El evangelio de hoy va en la misma línea. La ley antigua prohibía
la acción externa, el adulterio; pero esa acción externa comienza por dentro
con el deseo de cometer la injusticia de quitarle al prójimo su mujer. Quitando
el deseo, se quita la consecuencia de éste. El ojo simboliza el deseo; la mano,
la acción; ambos hay que eliminarlos. Dejarse llevar por el ojo o la mano
conduce a la muerte.
Pero la fractura a veces en las relaciones matrimoniales se produce. ¿Qué hacer en este caso? En caso de ser despedida la mujer por el marido, la ley manda a éste que le dé un acta de repudio a aquella, para que quede libre del vínculo que la unía a su marido anterior y pueda casarse de nuevo, no quedando de este modo condenada a la mendicidad. La mujer era la parte débil de la institución matrimonial, pues, en tiempos de Jesús, mientras el marido podía despedir a la mujer, ésta no podía despedir al marido. Y Jesús la protege: en primer lugar, para despedirla, hay que arreglarle bien los papeles de modo que quede libre; en segundo lugar, hay que restringir al máximo los abusos posibles de los maridos –que podían despedir según la doctrina de Shammai a las mujeres por cualquier motivo. Solamente está permitido hacerlo en caso de unión ilegal o matrimonio nulo.
Pero atención: este texto no habla del divorcio tal y como lo entendemos en la actualidad, sino de la ley del repudio en una sociedad en la que el matrimonio se instrumentalizaba como elemento de dominación del hombre sobre la mujer, pues sólo éste podía iniciar el proceso de separación; en ningún caso aquélla. Jesús, con esta respuesta, va contra la profunda desigualdad entre hombre y mujer. Hombre y mujer, nacidos iguales, deben ser tratados como iguales por la ley.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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