¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este miércoles de la 5ª. Semana de Pascua.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Comentario
Permanecer en Jesús. Si permanecemos en Él y Él
permanece en nosotros, entonces podremos dar frutos abundantes, pues su Palabra
será fecunda en nosotros. Dios no nos quiere en su Iglesia como parásitos, sino
como aquellos que dan frutos de santidad, de amor, de vida, de justicia, de misericordia,
etcétera.
Quienes vivimos en plena comunión con Cristo y con los hermanos
debemos estar en una continua conversión, pues día a día el Padre Dios nos irá
purificando de todo aquello que nos impida dar frutos abundantes, maduros y
substanciosos para alimentar al mundo con el verdadero Pan de Vida, Cristo
Jesús, que viene a darle la paz y la alegría a nuestro corazón.
Por tanto
nuestra permanencia en Cristo conlleva una gran responsabilidad de no sólo
disfrutar la salvación de un modo personalista, sino de trabajar a favor de su
Evangelio para que, tanto con nuestras palabras como con nuestro ejemplo,
colaboremos para que la salvación llegue a todos.
El Padre Dios comunica su misma Vida al Hijo; y el
Hijo la transmite a todo aquel que permanezca en Él para que, quien crea en Él
no muera, sino que tenga vida eterna. Y nosotros, que hemos recibido esa vida,
estamos llamados a convertirnos en un fruto maduro de vida, para alimentar a
nuestros hermanos mediante la fe, el amor, la paz, la alegría, la justicia, la
solidaridad y la preocupación constante en procurar el bien y una vida más
digna a los más desprotegidos.
Por eso, la vida que hemos recibido de Dios no
es para que la encerremos para nosotros mismos, sino para que la transmitamos a
los demás, de tal forma que todos puedan tener consigo, y disfrutar, la Vida
nueva que Dios, nuestro Padre, nos ha ofrecido por medio de su Hijo, y que
quiere que llegue hasta el último rincón de la tierra por medio de su Iglesia.
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