¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos
la Solemnidad de Todos los Santos.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Mateo 5,1-12a.
Al ver a la multitud,
Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
Comentario
Para celebrar la fiesta
de todos los santos, la Iglesia nos propone la meditación de las Bienaventuranzas
que nos ofrece el Señor a través del evangelio de san Mateo. Todo un programa
de santidad que nos desborda, pero nos mantiene en movimiento hacia Dios. En un
documento del Papa Juan Pablo II sobre la Iglesia en América, encontramos una
definición de la santidad que me parece que nos puede iluminar hoy:
“En el camino de la
santidad, Jesucristo es el punto de referencia y el modelo a imitar: Él es «el
Santo de Dios y fue reconocido como tal (cf. Mc 2, 24). El mismo nos enseña que
el corazón de la santidad es el amor, que conduce incluso a dar la vida por los
otros (cf. Jn 15, 13). Por ello, imitar la santidad de Dios, tal y como se ha
manifestado en Jesucristo, su Hijo, no es otra cosa que prolongar su amor en la
historia, especialmente con respecto a los pobres, enfermos e indigentes (cf.
Lc 10, 25ss)» (Ecclesia in America, No. 30)
El corazón de la santidad
es el amor, que conduce a dar la vida por los demás, como el mismo Cristo dio
su vida por nosotros. Esto significa, prolongar su amor en la historia,
especialmente hacia los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Esta es la
santidad a la que nos llama hoy la Iglesia. No una santidad de encierro ni de
un sacrificio estéril, sino capaz de engendrar vida a su alrededor. Los santos
que reconocemos hoy están atravesados de heridas, pero no por el resultado de
la autoflagelación, sino porque en el dinamismo que los lleva a salir de sí
mismos, se van haciendo flecos por amor.
En este sentido, la frase
del evangelio que encabeza esta reflexión, no es una excusa barata para
resignarnos a los padecimientos de esta vida, con la esperanza de alcanzar un
premio en la otra, como muchas veces se ha utilizado de una forma alienante. El
gran premio del cielo comienza aquí en esta tierra. Tiene que comenzar, porque
el reino les pertenece, porque recibirán consuelo, porque recibirán la tierra
que Dios les ha prometido, porque quedarán saciados, porque alcanzarán
misericordia, porque verán a Dios, porque serán llamados hijos de Dios... En
una palabra, porque serán santos, como Dios mismo es santo.
La pregunta que nos debería asaltar en esta festividad, es si ya
estamos comenzando a participar de esta experiencia de despojo y, por tanto, de
santidad, con la que Dios quiere bautizar a todos sus hijos e hijas. Preguntarnos
si estamos convencidos de lo que repetimos en la primera plegaria eucarística
sobre la reconciliación: “Oh Dios que desde el principio del mundo haces cuanto
nos conviene para que seamos santos como tu mismo eres santo...”. Dios está
haciéndonos santos cada día y a cada instante. Por eso, terminamos pidiendo,
con la plegaria citada: “Ayúdanos a preparar la venida de tu reino, hasta la
hora en que nos presentemos ante ti, santos entre los santos del cielo...”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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