¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el
comentario, en este XVII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Juan 6,1-15.
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Comentario
“Si apuestas al amor, // ¡cuántas traiciones!
// ¡cuántas tristezas! // ¡cuántos desengaños! // te quedan cuando el amor se
aleja, // como en las noche negras // sin luna y sin estrellas. // Amigo,
cuánto tienes, cuánto vales, // principio de la actual filosofía. // Amigo, no
arriesgues la partida, // tomemos este trago, // brindemos por la vida. //
Brindemos por la vida // pues todo es oropel”.
Esta es la estrofa final de una canción muy conocida en
Colombia, compuesta por el maestro Jorge Villamil. Seguramente, inspirada en
experiencias de decepción y desengaño muy profundas que todos hemos tenido en
la vida: Amistades que parecían sólidas y sinceras, desaparecen con el asomo de
un fracaso en el camino. Amores que se juraban fidelidad hasta el final, se
esfuman con el viento y las tempestades. Alianzas y pactos, aparentemente
sagrados, que se quiebran ante los problemas de una de las dos partes.
Relaciones que nunca resultan, por mucho que inviertes en ellas...
Estas experiencias de desengaños y desilusiones, que se
repiten en nuestras relaciones cotidianas, aparecen muchas veces también en
nuestras relaciones con Dios. Parecería que buscamos al Señor porque tenemos un
interés particular que nos mueve, y cuando no nos responde como esperábamos,
nos decepcionamos de sus promesas y de sus palabras. “Interés cuánto valés”,
dice el refrán popular. En este sentido, podemos caer muy fácilmente en una
espiritualidad narcisista, a través de la cual nos buscamos a nosotros mismos,
persiguiendo sólo el propio beneficio y la satisfacción de sentirnos bien. En
lugar de ser una espiritualidad que nos exija salir de nuestro propio amor,
querer e interés, buscamos relaciones cómodas con Dios, relaciones de
conveniencia.
Dada la brevedad del Evangelio según san Marcos, cuya
lectura continua veníamos haciendo, la liturgia de la Palabra de este domingo,
y de los cuatro siguientes, girará en torno a la multiplicación de los panes y
al discurso eucarístico que sigue en el Evangelio de san Juan, o Cuarto
Evangelio, como se le suele conocer.
Aunque la fuerza del texto está en la generosidad de Jesús al
multiplicar el pan y los peces para una muchedumbre hambrienta, me ha llamado
la atención lo que dice el evangelista a propósito de la razón por la que
seguían al Señor: “Mucha gente lo seguía, porque habían visto las señales
milagrosas que hacía sanando a los enfermos”. Esto ayuda a entender la actitud
de Jesús al final de este pasaje, cuando dice: “Pero como Jesús se dio cuenta
de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo
alto del cerro, para estar solo”... Más vale estar solo que mal acompañado,
diríamos hoy... Jesús debió sentir que su apuesta por el amor y la generosidad
no había sido bien recibida. ¿Qué buscaban los que querían llevárselo a la
fuerza para hacerlo rey? A lo mejor pensó para sí mismo: “¡cuántas traiciones!
¡cuántas tristezas! ¡cuántos desengaños!” Jesús debió sentir que la gente le
decía: “Amigo, cuánto tienes, cuánto vales”, con una filosofía que no parece
que fuera sólo de hoy, sino de todos los tiempos... y me pregunto si no es así
mi propio seguimiento.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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