¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Undécimo Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Marcos 4,26-34.
Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
Comentario
El Evangelio de hoy nos recuerda algo fundamental
para el proceso de construcción de una comunidad de fe: El crecimiento en la
vida de comunión, como en todo lo que implica la vida espiritual de las
personas, es un regalo de Dios, una gracia. El crecimiento comunitario es un
don que es necesario pedir con humildad. Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán,
sostiene que "Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por
Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto
es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes,
desde la que nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga
convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en
Jesucristo"(Dietrich Bonhoeffer, Vida
en Comunidad).
Hablando del Reino de Dios, que es lo que queremos
hacer realidad cuando nos reunimos para construir la comunión fraterna, Jesús
nos recuerda que se trata de algo que acontece aún durante nuestros momentos de
descanso. El Reino de Dios crece, aunque los que han sembrado la semilla estén
despiertos o dormidos: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que
siembra semilla en la tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que
sea de noche o de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Y es que
la tierra produce por sí misma: primero el tallo, luego la espiga y más tarde
los granos que llenan la espiga. Y cuando el grano ya está maduro, la recoge,
porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.
En este mismo sentido se expresa Pablo, para quien
el constructor principal de la comunidad no es el dueño de ésta, ni el crecimiento
puede ser atribuido a alguien en particular. Eso le da una característica muy
propia a la comunidad cristiana, porque es de Dios y todos los miembros de una
comunidad son sólo servidores unos de otros y del proyecto de comunión: “A fin
de cuentas, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simplemente servidores, por
medio de los cuales ustedes han llegado a la fe. Cada uno de nosotros hizo el
trabajo que el Señor le señaló; yo sembré y Apolo regó, pero Dios es quien hizo
crecer lo sembrado. De manera que ni el que siembra ni el que riega son nada,
sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo sembrado. Los que
siembran y los que riegan son iguales, aunque Dios pagará a cada uno según su
trabajo. Somos compañeros de trabajo al servicio de Dios, y ustedes son un
sembrado y una construcción que pertenece a Dios” (1 Corintios 3, 5-9).
Hay algunos superiores
o responsables de las comunidades que sienten la obligación de responder por el
crecimiento de la comunidad y de cada uno de los miembros. Esto los lleva a
tomarse demasiado a pecho la santificación de sus súbditos, como si de ellos
dependiera este crecimiento espiritual. Dicen que Dios le dijo una vez a un
superior y a un ecónomo de una comunidad: “Ustedes encárguense de hacerlos
felices; de hacerlos santos, me encargo yo...”.
Pidamos al Señor que en nuestras comunidades de fe,
tengamos muy presente esta enseñanza que nos deja el evangelio de hoy. Que
tengamos la humildad de reconocer que el que da el crecimiento es Él mismo y
que nosotros sólo somos sus colaboradores.
Hermann Rodríguez
Osorio, S.J.
Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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