Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este V domingo de Pascua.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis Asarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»Comentario
Desde los orígenes de los tiempos, los seres humanos hemos aprendido que unidos podemos sobrevivir más tiempo y tener una mejor calidad de vida. Estar separados y enfrentados, es el primer síntoma de la desaparición de una organización humana. Por eso los pueblos se han ido organizado de distintas formas y han creado estructuras, cada vez más amplias, de convivencia humana: tribus, pueblos, naciones, países, Estados...
Incluso, recientemente, los pueblos y las naciones, que lucharon en otras épocas con tanta convicción por su independencia, han ido caminando hacia estructuras de unión supranacional, dejando atrás diferencias que antiguamente parecían insalvables. Estas formas nuevas de organización social han tratado de respetar las identidades particulares de cada pueblo, es verdad, pero buscan la supervivencia particular en la posibilidad de la supervivencia común. “O vivimos todos, o aquí no vivirá nadie”, parecen decirse entre ellos. Claro que todavía hay demasiados pueblos y naciones, es decir, seres humanos de carne y hueso, pero sobretodo de hueso, que quedan por fuera de estos planes de unión de los poderosos de este mundo, y se ven, cada vez más, condenados a la desaparición.
En las Reducciones jesuíticas que se crearon en el siglo XVII al sur del continente americano, entre los indígenas que habitaban esas tierras, el mayor castigo que recibía una persona, era ser apartado de la comunidad, es decir, civilmente hablando, ser excomulgado. Ellos sabían, perfectamente, que en esas selvas inhóspitas, era imposible vivir estando separados de la comunidad. El que recibía este castigo, prácticamente, estaba condenado a morir.
Este mismo principio de la supervivencia social, funciona en el ámbito de la vida en todas sus expresiones: los microorganismos, las plantas, los animales, la vida misma, se sostiene y crece, gracias a una dinámica de sinergias y alianzas. Sin el apoyo de unos a otros, ningún organismo vivo, puede seguir siendo tal. Esto es lo que quiere señalar la comparación que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy. No hay que ser un agricultor muy experto para saber que una rama, desprendida del tronco, no puede dar frutos. Todos sabemos, incluso, que si la rama se separa del tronco, se muere... Jesús señala así la cualidad que debe caracterizar a sus seguidores, si quieren participar de su vida, como Él participa de la vida de Dios: O nos mantenemos unidos a Jesús, o no podremos dar fruto, porque la vida de Dios se muere en nosotros.
Permanecer unido es estar con otro allí donde él está; participar con él de lo bueno y de lo malo; acompañarlo en todo momento y disfrutar de su cercanía. Jesús nos invita no sólo a estar unidos a él en los ratos de oración, más o menos generosos, o en las celebraciones en las que participamos con alguna regularidad. Nos invita a estar unidos a él en todo lo que hacemos; a buscar y hallar su presencia a cada instante, en cada paso que damos, en cada acción que emprendemos, en cada decisión que tomamos. Permanecer unidos a Él en la vida toda, en los momentos de pasión y en los tiempos de resurrección. Sólo así, como los pueblos, podremos seguir viviendo y no desaparecer...
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
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