¡Amor y paz!
La presencia de Jesús en el pueblo de Israel no
debe entenderse como una ruptura brusca y desconectada con todo el proceso de
la historia de la salvación. Al contrario, es la plenificación de esa historia
lo que ocurre con Jesús.
Jesús que plenifica debe ser el tema de hoy, como
lo debió ser en su momento histórico. Esto no quita al actuar de Jesús lo
novedoso, como tampoco debe absolutizarse la inmediata historia pasada, representada
en la Ley, que se había convertido para el pueblo en el fin, olvidando a Dios.
La Ley es un medio para llegar a Dios, que es el
Fin. No puede el medio convertirse en fin. Eso había ocurrido en el pueblo de
Israel y Jesús lo replantea. Es parte de su misión profética, recuperar la
verdadera imagen de Dios o proponerla para los que no la conocían. Jesús es la
Ley.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario en este miércoles de la 3ª. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Mateo 5,17-19.
Jesús dijo a sus discípulos: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.»
Comentario
Esta es una perícopa llena de esperanza para la
humanidad, ya que Jesús explica el sentido de su presencia: ha venido al mundo
a hacer realidad la Ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras,
reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. El no parte
de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente.
También la Ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumpla esos
elementos, se participa en el Reino que él propone.
El pentateuco, la verdadera Ley, contiene en parte
los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de
una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de
la libertad, la distribución justa de la tierra... todos proyectos humanos en
los que se siente la presencia de Dios.
Jesús es la más clara manifestación del apoyo de
Dios a las utopías humanas -que son también divinas- porque fue Él quien las
sembró en el corazón de la humanidad. Hubo un tiempo en que el pueblo Israelita
deseó vivir en una nueva sociedad, sin egoísmos, en fraternidad e igualdad. Y
aunque sus instintos lo dominaron y lo alejaron de sus sueños, quedó la
esperanza de su realización y se vislumbró que era posible una alternativa de
nueva sociedad.
Jesús lo confirma ahora no sólo con sus palabras,
sino con sus hechos: condena las estructuras sociales de su tiempo que, por
tener como valores supremos el individualismo y la ambición, matan toda utopía
social. La ley esta escrita, los profetas señalaron el camino, y el ser humano,
acercándose y alejándose del mismo, sigue soñando con un mundo más justo...
Pese a todas las dificultades, podemos estar seguros de esto: no estamos solos
en este sueño. Jesús manifestó su deseo de acompañarnos, pues él tuvo un sueño
mayor: creyó que con él comenzaba a hacerse posible el sueño primitivo del Antiguo
Testamento: una sociedad igualitaria, solidaria, fraterna.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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