¡Amor y paz!
Hay un misterio de augusta
belleza en la imagen de Cristo con los ojos colmados de llanto. El evangelio de
hoy nos presenta, a lo lejos, la ciudad santa que no conoció el tiempo de la visita
de Dios, y a nuestro Señor arrasado en lágrimas de amor, de un amor no
correspondido.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 33ª. Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio
según San Lucas 19,41-44.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".
Comentario
El nombre de
"Jerusalén" se interpreta comúnmente como "visión de paz".
Y a ello parece aludir Jesucristo cuando exclamó con el corazón entristecido:
"¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!"
¿A qué se refería Nuestro Señor? ¿Había una paz posible para aquella ciudad
asfixiada por el Imperio Romano y recalentada por las iras de sus hijos
descontentos? Cristo pensaba que sí.
"No aprovechaste la
oportunidad que Dios te daba", dice el Señor. ¡Qué palabras tan duras!
¡Cuánto habrán de doler estas palabras pocos años después, cuando en el año 70
se desfogue la crueldad del emperador Tito contra ella! No podemos callar que
esto es lección para nosotros. ¿Qué hacemos con las oportunidades que Dios nos
da?
Más en las palabras de
Cristo no hay tanto el anuncio de un castigo como la semilla de algo nuevo;
algo que tenía que nacer sobre las ruinas de la ciudad antigua. Nosotros, como
Pablo, aunque lloramos por el destino aciago que sufrió y sufre Jerusalén en el
actual Estado de Israel, exclamamos con viva convicción: "Pero la
Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre" (Gál 4,26).
Y con los ojos todavía
húmedos elevamos nuestra mirada con el Apocalipsis a los cielos, y una voz
profunda y enamorada nos dice: "vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su
esposo". Entonces entendemos que el Novio, Cristo, un día podrá olvidar
sus lágrimas de hoy.
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