¡Amor y paz!
Es admirable que una misma imagen pueda servir durante tantos siglos como símbolo del pueblo de Dios. La voz de tantos predicadores, hasta llegar a Cristo mismo, no ha agotado sino enriquecido la imagen de la viña.
La clave del "éxito" de esta imagen literaria podría
estar en que se relaciona con un rango amplio de experiencias humanas muy
significativas: el afán unido a la esperanza; el cuidado exterior y el fruto
interior; la amargura de un trabajo duro y la alegría de un vino generoso; la
intervención de muchos trabajadores y el día de la cuenta ante un solo dueño.
Debajo de todo ello, hay una analogía
aún más profunda: el trabajo y la cosecha, el tiempo y la eternidad, el
esfuerzo humano y la bendición divina. La viña viene a ser así una imagen de la
vida entera, sea que la miremos en el caso de cada uno o en la historia de los
pueblos o incluso de toda la Humanidad.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este 27º. Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga..
Evangelio según San
Mateo 21,33-46.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo". Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos". Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Comentario
Tanto en la primera lectura (que no incluimos aquí)
como en el evangelio de hoy son claras las palabras de desengaño. Hay una traza
de evidente tristeza en la exclamación del profeta: "¿Qué más pude hacer
por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas
buenas, las dio agrias?" La tristeza se vuelve denuncia en el evangelio
que leemos hoy: "Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?"
Sin embargo, hay que ir más allá de la tristeza o
la ira contenida. Lo esencial es la distancia entre el proyecto de Dios, que es
llamado hacia la fecundidad, y el escaso y amargo fruto de la perversión
humana, que termina conduciendo a la amargura y la muerte. De esa distancia o
"decepción" brotan las expresiones claramente antropomórficas que
hablan de un Dios "desilusionado" o "embravecido."
Cómo estoy cultivando mi viña
Por supuesto, el mensaje no termina en la
decepción. La denuncia de los profetas, y sobre todo del Profeta por
excelencia, Jesucristo, es también anuncio de que Dios tuvo --y tiene-- un plan
mejor. Nuestro Dios quiere la fecundidad y la vida, y podemos expresarnos
diciendo que se duele ante la esterilidad y la muerte con que hemos
ensombrecido su obra, que somos nosotros mismos.
El anuncio del nuevo plan está ya en las duras
palabras de Cristo a sus adversarios: "les digo a ustedes que les será
quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus
frutos." Hay en este lenguaje un regaño, por supuesto, pero la causa está
tan clara que cualquiera puede evitarlo. Todo consiste en preguntarse qué estoy
haciendo con lo que Dios ha sembrado en mí, o sea, cómo estoy cultivando mi
viña.
La pregunta, sin embargo, no debe quedarse en el
ámbito individual. Los papás pueden preguntarse cómo cultivan la viña de su
hogar. Los pueblos pueden examinarse sobre el legado de fe y cultura que han
recibido: ¿estamos dejando las cosas igual o mejor que como las recibimos? El
mundo entero, en fin, puede y debe preguntar sobre el cuidado de la creación,
por dar otro ejemplo: estamos acabando este planeta como si fuéramos la última
generación que tiene derecho a disfrutarlo.
La piedra desechada y escogida
Por otra parte, el lenguaje de Cristo es una
invitación a cambiar nuestra manera de apreciar las cosas. Esta parábola la
dijo el Señor "a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo."
¿Por qué a ellos en particular? Evidentemente porque su ceguera les hace no
sólo descuidar la viña sino adueñarse de ella, hasta el extremo de matar
"al heredero," o sea, al mismo Cristo. De modo que hay una relación
entre la desobediencia que arruina el destino de la viña y el deseo secreto de
hacer nuestra esa viña, excluyendo a su Dueño.
Dicho de otra manera: expulsar a Dios y arruinar la
creación son una y la misma cosa. Por otra parte, adueñarse de su obra y
condenarnos a un destino de tinieblas son también una y la misma cosa. La
parábola, pues, nos lleva a descubrir que apartarse de Dios, dañar la creación
y perder la propia vida son en realidad lo mismo.
La solución por supuesto es cambiar de mentalidad.
Viene aquí muy a punto la exhortación de Pablo: "aprecien todo lo que es
verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso,
todo lo que sea virtud y merezca elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido y
recibido de mí, todo lo que yo he dicho y me han visto hacer; y así, el Dios de
la paz estará con ustedes."
Fuentes: Santa Biblia y http://fraynelson.com/homilias.html.
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